Por: Alfaro García

Hace tiempo tenía en mi mesa de noche pendiente por leer el libro “El niño con el pijama de rayas” de John Boyne.  Cuando terminé su lectura no pude dejar de sentir dolor y vergüenza por lo que los seres humanos somos capaces de hacernos a nosotros mismos, en nombre de ideales que no cuestionamos, que aceptamos y acatamos.

En sus páginas encontramos el adoctrinamiento que los gobernantes nazis aplicaron a sus gobernados en nombre de una supuesta “mejor sociedad alemana”, utilizando para ello la programación mental por medio de la educación y de la cultura en donde se logró la alienación colectiva,  que los convirtió en una comunidad de ciegos, donde todos obedecieron y se dejaron guiar por el único que creía ver, sin darse cuenta que estaban transformando su conciencia y perdiendo su libertad.

También encontramos allí personas que mantuvieron sus conciencias inmodificables, cuyos valores les permitieron reconocer siempre la diferencia entre lo que era correcto y beneficiaba a todos y lo que era incorrecto y dañaba a los demás; personas que trataron de alertar a sus seres queridos sobre lo que estaba sucediendo, pero que sordos no quisieron escuchar y que sólo hasta el final sintieron el horror de sus errores en carne propia.

Pero también encontramos la expresión de los valores de la amistad sin prejuicios que unieron a los niños protagonistas en medio de la adversidad, y que refugiados en su inocencia decidieron compartir los pocos momentos de felicidad que podían vivir.  

Paradójico y doloroso final nos presenta el autor, en donde el verdugo no sólo acabó con la vida de los que consideraba sus enemigos, sino también con la del ser al que amaba entrañablemente, hecho que le permitió ver la magnitud de su tragedia.

Parece que hoy estamos repitiendo lo vivido hace setenta años, con la proliferación de fuerzas que pretenden limitar nuestras libertades, desde estados que se convierten en tiranos, sistemas económicos que sólo buscan mayores utilidades para los dueños de los medios de producción, grupos armados legales e ilegales que siembran el miedo en los ciudadanos.  

Frente a todo esto solo nos queda la libertad como nuestra única fuerza,  que nos permitirá decidir el rumbo que queremos para nuestra sociedad.

Como lo dijera Fernando Savater en su libro Ética para amador “por mucha programación cultural que tengamos los hombres, siempre podemos optar finalmente por algo que no esté en el programa, podemos decir si o no, quiero o no quiero, por muy achuchados que nos veamos por las circunstancias, nunca tenemos un solo camino a seguir sino varios”.

Sólo nos resta decidir como sociedad qué  camino queremos elegir.   Yo ya decidí, Elijo el camino de la libertad.