Balmore González

Por: Balmore González Mira

Aterradores titulares de prensa que cuentan sobre escabrosas escenas nos han invadido últimamente en todos los medios de información, dejándonos perplejos sobre la capacidad de la maldad que alberga la mente enferma de muchos colombianos. Dolorosos episodios que hablan de bebés recién nacidos tirados a las cestas de basura y los muchos otros que arrojan a alcantarillas y ríos sin conocer su final  y que se convierten en víctimas del horror. Menores quemados en sus manos y genitales por sus progenitores; otros abusados sexualmente por sus padres y otras sometidas a prácticas sexuales aberrantes por sus propia madre, cuando no quienes son ellas mismas, quienes las inducen a la prostitución como una verdaderas mercaderes de la infamia.

Descubrimientos escabrosos de redes de pornografía infantil que terminan en negocios millonarios de trata de personas y de bandas de prostitución y narcotráfico que van alimentando un mosaico de una sociedad descompuesta por el afán desmedido de dinero a como haya lugar. Familiares o hermanos mayores que “cargan de droga” a los niños para evadir responsabilidades penales y que los convierten en mulas del tráfico de estupefacientes e investigaciones que nos llevan a descubrir que un padre asesina a un menor luego de tenerlo “secuestrado” durante dos años y haberle proporcionado maltratos consecutivos en una especie tortura sicológica para su progenitora, quien poco o nada hizo para recuperarlo y que luego se descubriera que no era hijo biológico de su captor. Cualquier guionista de terror se quedaría corto con lo que sucede en nuestra amarga geografía de la infamia infantil.

No menos grises son los paisajes que adornan el territorio nacional cuando numerosos niños en condición de desnutrición y riesgo inminente de enfermedades que los aquejan, hasta llevarlos a la muerte, sin que nos importe o bajo la indiferencia de una sociedad que solo exclama pesares momentáneos, hasta que una noticia nueva de una tragedia infantil borre la de los imberbes que van muriendo y que solo se van convirtiendo en una cifra estadística más para los responsables de su “seguridad alimentaria”. El reclutamiento forzado por parte de grupos armados,  el trabajo infantil y mal o no remunerado, unidos a prácticas como la oblación genital, entre muchas otras barbaridades que aquí pudiéramos redactar, son apenas unos de los vejámenes a que están sometidos los niños en Colombia; unos muriendo en el instante y otros que están muertos en vida. ¿Será oportuno pensar en la pena de muerte para algunos de estos delitos? ¿O será mejor dejar que los niños sigan condenados a todos estos tipos de pena de muerte?