“No vivas dando tantas explicaciones: los amigos no las necesitan, los enemigos no las creen y los estúpidos no las entienden”

Entre el 20 de julio de 1810, día del Grito de Independencia en Colombia, y el inicio del Régimen de Terror en 1816, el cual permitió la reconquista española por parte del General Pablo Morillo dando origen a una sangrienta persecución de líderes independistas, la naciente República estuvo marcada por divisiones, conflictos y guerras entre los mismos colombianos que habían tenido el sueño común de liberarse del yugo español. Pero, como precisan los historiadores, a propósito de la expresión “Patria Boba” acuñada por Antonio Nariño, no fueron exactamente “bobos” los que se enfrentaron por particulares intereses políticos y sí, al contrario, fueron insignes intelectuales y científicos que tuvieron muy claros los argumentos para enfrentar la opresión, la explotación y la denigración española.

Los comportamientos egoístas entre conciudadanos que llevaron a Nariño a hablar de “Patria Boba”, se han venido repitiendo durante 210 años, estimulados por intereses políticos y económicos.

Medellín es ahora la sede de las divisiones, los conflictos y una guerra apoyada en un arsenal de señalamientos e insultos, desde las trincheras que ofrecen las redes sociales, con la connivencia de medios de comunicación que han asumido posición.

En Medellín se siente el olor a muerte del honor, del buen nombre y de la dignidad causada por los ataques inmisericordes de unos contra otros. Hay una guerra a muerte entre “uribistas” y “fajardistas” contra “quinteristas”, y viceversa, que no se circunscribe a un campo de batalla con bayonetas, pólvora y sangre en la tierra. Esta guerra es 2.0 y convoca el beligerante entusiasmo de empresarios, medios de comunicación y de miles de personas que se han alineado a un lado y al otro, algunos con conocimiento, otros por simple fe en quienes decidieron apoyar y muchos por ignorancia y apetito pendenciero. 

Lo grave de esta guerra es que no importan los argumentos, porque no se trata de una disputa democrática en la que deben primar valores como el respeto y la tolerancia, con la probabilidad de escuchar al otro y convencerse o convencerlo con razones. Cada quien dispara ráfagas de aseveraciones desde su trinchera y a través de los medios y canales a su alcance. Simplemente, llegan mensajes de uno y de otro lado, atacándose, injuriándose, calumniándose, difamándose y odiándose. Por supuesto que también llegan mensajes con verdades, pero estos no alcanzan a convertirse en certeza mental de los receptores, porque es demasiado el ruido de los mensajes negativos, que terminan siendo más efectivos y más fáciles de entender y de aceptar.

La frase del epígrafe es la que garantiza la certeza de la ineficacia de los argumentos, pues los amigos de una y otra facción creen ciegamente en que es cierto, bueno y objetivo lo que aseguran los que han decidido apoyar; los enemigos de una y otra facción, no creen en los otros, pese a la razón inobjetable de sus argumentos; y los miles de necios que las redes sociales han sacudido como polvo, no necesitan razones porque no les interesa siquiera entenderlas.

Así que los mensajes ofensivos de esta guerra sólo dejan contentos a los que los envían y a los seguidores del mismo bando que los reciben. Nadie más se convencerá. Los mensajes “uribistas” y “fajardistas” sólo satisfacen a los “uribistas” y “fajardistas” y los mensajes “quinteristas” sólo llenan las expectativas de los “quinteristas”.

El discurso terminará siempre alineando a unos contra otros, incluyendo a empresarios y medios de comunicación: “uribistas”, “fajardistas”, Grupo Empresarial Antioqueño -GEA- y periódico El Colombiano vs. “quinteristas”, “petristas”, Grupo Gilinsky y revista SEMANA.

En la mitad del conflicto, EPM se ha convertido en el “Florero de Llorente”. Pero esta vez, en vez de unir y empoderar un sueño altruista, ha dinamizado los comportamientos secesionistas, propios de la “Patria Boba”, los mismos que el 24 de mayo de 1816 llevaron a la naciente República a ser objeto de la reconquista española. 

Pero ahora la reconquista es de la desconfianza en la política, en los partidos políticos, en los políticos y en las instituciones, lo que lleva a la desesperanza, a la apatía y a la poca participación, lo que acelera el círculo vicioso de la politiquería, con su demagogia, clientelismo y populismo.

Pudieron y pueden más los intereses egoístas, políticos y económicos, que las acciones orientadas al interés general, como debe ser el objetivo de quienes han decidido hacer de la política su profesión para servir.

Como esta reflexión pudo haber sonado ingenua y ser menospreciada por los que no son amigos, ojalá suene a “Verdad de Perogrullo” lo que pasará al final: esta polarización política fratricida del honor y de la dignidad humana, y “boba” además, la ganará quien tenga las mayorías, no convencidas por la razón y la argumentación, pues ya están alineados unos al lado de los unos y otros al lado de los otros, a favor y en contra, propagando esta guerra a muerte que sólo huele a odio y no a construcción de una Ciudad y de un País mejores, con sueños de crecimiento económico y desarrollo humano y social.