Por: Alfaro García

Corrupción

¿Ha sentido la población colombiana indignación con sus gobernantes y sus élites económicas por su participación en las diferentes actividades de corrupción? La respuesta parece ser “No”.

Desde el inicio de nuestra vida republicana, heredamos un sistema administrativo colonial en el que la encomienda y la venta de cargos públicos eran característicos Estas prácticas se han perpetuado en la producción y reproducción de la política colombiana, evidentes en el clientelismo y la corrupción, un problema histórico que merece la indignación de todos los ciudadanos que debemos manifestarnos ante el manejo y la administración de los bienes y recursos del Estado.

Dos siglos después, seguimos bajo la ola de la corrupción que practican los que se aprovechan del poder del Estado para su beneficio económico; soportando la impunidad que gozan los que nunca han sido investigados y sancionados por corrupción; sufriendo un país donde hay arbitrariedad judicial que beneficia a los de cuello blanco.

 

 

Por eso es hora de mostrar nuestra indignación ante la utilización de los subsidios del Estado por parte de equipos políticos para su beneficio; ante las alianzas de las empresas privadas con funcionarios públicos para estafar al Estado por medio de la contratación pública; frente al uso de los bienes del Estado como propiedad privada de políticos y sus amigos; y frente a las relaciones de la política con el crimen. Es hora de separarlos de la vida social y política de la gente.

Violencia y Crimen

Desde 1810, nuestro país ha sufrido el rigor de varias guerras civiles: hay que recordar la “Patria Boba” en la que los recién liberados del yugo español se trenzaron en una lucha fratricida que permitió la reconquista española; las diferentes guerras civiles que desde 1820 y durante el resto del Siglo XIX cambiaron la lucha patriótica por los intereses regionales y partidistas; la Guerra de los Mil Días a principios del siglo XX; el período de la Violencia desde la muerte de Gaitán en 1948 que dio origen a grupos de autodefensa campesinas, que luego conoceríamos como guerrilleros; el surgimiento en los años 80 de otras autodefensas campesinas que, desde el otro lado ideológico, serían el origen de los grupos paramilitares; la mezcla de unos y otros con grupos narcotraficantes que transformarían el ideal político de unos y de otros en delincuencia organizada; hasta las últimas mutaciones en bandas criminales que han continuado con el legado de desangrar el país.

¿Produce la violencia en Colombia indignación en sus habitantes? La respuesta es “Sí”. Las diferentes marchas y protestas contra los actores violentos desde los pequeños municipios hasta las grandes ciudades se han hecho desde hace décadas; pero necesitamos sufrir mayor indignación por la inseguridad y la intranquilidad de hoy en muchas zonas del país, donde los criminales ejercen el control social y político de las comunidades.

Además, la relación política y el crimen se evidencia desde los años 80s del Siglo XX con Pablo Escobar como representante a la Cámara, Carlos Lehder como fundador del Movimiento Latino en Quindío, y Gonzalo Rodríguez Gacha como patrocinador de campañas políticas. ¿Hemos sentido indignación por la clase dirigente que tuvo relaciones con el poder criminal del narcotráfico?

En los años 90s del Siglo XX, el Cartel de Cali financió la campaña presidencial de Ernesto Samper que desencadenó en el Proceso 8000. ¿Hemos sentido repudio moral, ético y político?

En la primera década, los grupos paramilitares capturaron alcaldías y el Congreso en el fenómeno de la Parapolítica. ¿Estamos indignados?

Por otra parte, como no olvidar antes y después de la elección popular de alcaldes que los grupos guerrilleros tenían el control social y político de muchos municipios en alianza con políticos.

Sin embargo, la relación guerrilla – política no ha sido suficientemente investigada; estamos perdidos para conocer la verdad histórica de la guerrilla y sus amigos en la política.

Estamos indignados con la guerrilla. Según datos, tiene poca legitimidad y confianza del pueblo colombiano; su lucha armada no tiene fundamento político sino económico, representado en el narcotráfico. Esto nos produce una total indignación.

De esta manera, las manos negras de Colombia no ha sido el debate ideológico entre izquierda y derecha con sus respectivos extremos; es la corrupción, el crimen y la violencia, porque son los que generan muerte, pobreza, inseguridad y desconfianza ciudadana de lo público. Por eso debemos estar indignados.