Por: Alfaro García

Cuenta la historia que a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, los campesinos de Santa Elena estaban dedicados por completo a la agricultura de pancoger y a la siembra de otros productos como las flores; los excedentes que les quedaban eran comercializados en el casco urbano de la ciudad de Medellín, más concretamente en la “Placita de Flores” y en las calles de los barrios Buenos Aires y Boston.  Aseguran quienes saben, que la primera Feria de las Flores que se realizó fue el 1º de mayo de 1957, bajo la iniciativa del ilustre Don Arturo Uribe Arango, miembro por aquella época, de la Junta de la Oficina de Fomento y Turismo de la ciudad; a quien se le ocurrió invitar a los campesinos a un desfile, cita a la que acudieron cuarenta silleteros a exhibir sus ramilletes de flores.

 

Han transcurrido cincuenta y dos (52) años del desfile, y hoy ya no puede hablarse de tradición, debido a los enormes cambios que ha sufrido la Feria de las Flores.  Otrora era una feria que invitaba al recogimiento familiar, al encuentro de vecinos, quienes se apostaban en las calles principales de la ciudad para ver pasar los silleteros; en medio de tan colorido espectáculo, se revivía el ambiente campesino y la integración de la ciudad, ya que los valores eran otros.  Cualquier campesino podía sembrar, vender y exhibir un buen manojo de amapolas sin ser perseguido, como sin duda alguna, no lo puede hacer hoy. 

Actualmente la Feria de las Flores, no solo está en el corazón de los paisas, sino de todos los colombianos y de muchos extranjeros, que atraídos por la belleza de las flores y la amabilidad que caracteriza al pueblo antioqueño, vienen a disfrutar de una semana inolvidable. La Fiesta si ha cambiado, ha evolucionado, modernizando e incorporando eventos que cautivan por igual a niños, jóvenes y adultos, como desfiles de modas, de autos clásicos, de conciertos privados, y cabalgata.

Que viva la fiesta, claro que si, pero es importante recordar que inicialmente la feria nació a partir del espíritu de la naturaleza y para su disfrute.   La fiesta no debe convertirse en sinónimo de vicio y alcohol.  Refiriéndose a la cabalgata, espacio en el que se consume licor en grandes cantidades, el periódico “El Colombiano” (agosto 4) publicó una pequeña crónica donde una ciudadana condenaba la forma infame de cómo un embriagado jinete, decidió cortarle las orejas a su caballo para verlo desangrar;  igual de lamentable el espectáculo de algunos jóvenes menores de edad, reunidos como tribus urbanas, delante de autoridades y adultos,  que participaron en las fiestas consumiendo grandes dosis de alcohol y cigarrillo, un espectáculo denigrante.

Sería interesante llevar la feria a los distintos barrios y corregimientos, incentivando el cuidado permanente del medio ambiente a través de una educación ecológica y ornamental,  enseñando a sembrar jardines comunitarios en lugares donde algunos ciudadanos están acostumbrados a acumular basuras y escombros.  Debe pensarse también en recuperar el nombre de la “tacita de plata” que hacía honor a la limpieza y las buenas costumbres. Que sea la feria una oportunidad para integrar colegios y escuelas alrededor del cuidado y protección del medio ambiente y el ornato.