Margarita María Restrepo

Por: Margarita Restrepo

El pasado 20 de julio en la instalación del Congreso, no vimos a un presidente cumpliendo sus funciones, sino una puesta en escena. Aplausos previamente acordados, florecitas blancas instaladas en las curules de los legisladores, lisonjeros profesionales ubicados estratégicamente en el Salón Elíptico para que en momentos definidos hicieran el respectivo bullicio a favor de Santos.

Un actor, un impostor, un tramposo. Eso es Juan Manuel Santos. Un hombre que no es capaz de hablar de manera natural, porque de su boca jamás brotará una palabra sincera. Lo suyo siempre será calculado, previamente estudiado y, claro, leído.

Se acostumbra que en las instalaciones del Congreso, los presidentes hagan un balance ante los legisladores de su gestión al frente de la administración nacional. Esta vez, Santos se dedicó a hacerle propaganda burda a su proceso de paz, lanzando frases efectista que debieron ser elaboradas por los publicistas a los que el Gobierno les paga miles de millones de pesos para que recreen  una realidad virtual de lo que supuestamente sucede en Colombia.

Si iba a hablar del proceso de paz, ¿por qué no le dijo al país realmente qué fue lo que acordó con las Farc? ¿Cuándo nos notificó a los parlamentarios que esta será la legislatura del postconflicto, nos estaba anunciando que en algunas semanas deberemos correr nuestras curules a un lado para poder instalar las que les va a regalar a los terroristas con los que conversa en la isla de la satrapía castrista?

La oposición está ansiosa de respuestas reales por parte del Gobierno. Nuestro país se encuentra al garete, desgobernado, con unos indicadores económicos preocupantes y una crisis social que se ha convertido en una bomba de tiempo. Y el presidente, en vez de enfrentar esa crisis, prepara una campaña multimillonaria que dejará perfectamente arruinada a la nación, sólo para satisfacer su vanidad y demostrarle al mundo que sí fue capaz de ganar un plebiscito tramposo e ilegítimo con el que pretende burlarse de la Constitución y las leyes.

Con la licencia impúdica que la Corte Constitucional le ha dado al Gobierno para que los ministros y demás funcionarios del Estado puedan hacer política a favor del plebiscito, veremos cómo la chequera oficial será utilizada para corromper conciencias, chantajear a gobernadores y alcaldes, mientras que las necesidades reales del país seguirán en el último lugar de las prioridades del Ejecutivo.

Los 4.5 millones de votos que necesitan para cruzar el umbral marrullero que le impusieron al plebiscito, ya están asegurados. Con la ayuda de los mismos congresistas que sirvieron para torcer las elecciones presidenciales de 2014, sumado al río de “mermelada” que correrá por los directorios de los partidos que integran a la Unidad Nacional y, por supuesto, con el proselitismo armado de las Farc, Santos se siente victorioso.

Pero, si está tan seguro de las bondades de su proceso de paz, ¿por qué rehúye la posibilidad de sostener un debate cara a cara con el ex presidente Uribe, para responder todas y cada una de las inquietudes que en la oposición tenemos frente al acuerdo con los terroristas?

La respuesta es obvia. Santos no tiene la capacidad para asumir ese desafío. En un debate con Uribe, él no tendrá apoyo de sus asesores ni de sus publicistas. Así, solito, sin “muletas” que le ayuden a razonar, no está en condiciones de asumir el debate que tanto bien le haría a los electores que aún no saben a ciencia cierta qué fue lo que se negoció en La Habana.

Así que debemos prepararnos para ver cómo el Presidente sigue en su obra teatral, con sus consignas efectistas y su tono mesiánico y de falsa modestia hasta el día que se celebre el plebiscito. Pero que no se confíe tanto, porque más de una vez se ha probado que cuando el pueblo está exasperado, no hay campaña publicitaria que valga. Y creo que nadie duda del nivel de desengaño y frustración en el que estamos los colombianos.