Por: John Fernando Restrepo Tamayo
Don Salomón tiene 62 años y hace tres pisó una mina antipersona. Fue un 3 de enero de 2012. Hizo lo de costumbre. No cambió de ruta camino a la iglesia. A cinco minutos de camino el peso de su cuerpo detonó una mina y perdió sus dos piernas. Casi pierde la vida. Nayibe es la menor de cinco hermanos. Jugando a las escondidas con sus amiguitas escogió el lugar equivocado para esconderse. De cuclillas sobre una monatañita activó una mina antipersona y perdió su pierna derecha. Era la tarde de un 26 de mayo de 2013. Casi pierde la vida. Habbey Portilla es soldado profesional. Su divisón tenía certeza del campo minado. Pero la manigua es hostil. El paso ligero, por miedo o supervivencia, le traicionó. Activó una mina antiperosna y perdió sus dos piernas. Era la madrugada de un 2 de diciembre de 2014. Casi pierde la vida. Alicia tiene 43 años. Vive en su granja con tres hijos. Sabe que el conflicto tiene raíces en su pueblo pero siempre lo creyó lejos de ella y de sus hijos. Así estaban dirigidas sus oraciones. Buscando el agua del río para lavar la ropa activó una mina antipersona y perdió sus piernas. Era el 6 de diciembre de 2014. Ella le dio la vida a sus hijos y sus hijos se la salvaron al arrastrararla hasta el centro asistencial. Casi pierde la vida.
En la fatídica historia de Colombia la lista los rostros de personas que han sobrevivido a las minas antipersona es enorme. Han sobrevivido pero su vida ha cambiado para siempre. Quedan esquirlas. Las prótesis se han demorado en llegar. El clima despierta unos dolores indescriptibles e inaguantables. Los que han sobrevivido han quedado con una huella imborrable. Los demás han muerto. Salomón, Habbey y Alicia tienen tres cosas en común: (i) comparten las mismas limitaciones físicas derivadas de las minas antipersona; (ii) en un primer momento de su tragedia prefirieron haber muerto; (iii) esta semana compartieron un mismo sentimiento de esperanza y de ilusión cuando escucharon que en un avance más del difícil proceso de negociación en La Habana empezaba a desminarse el país.
Lo celebran porque han vivido la tragedia. Desde su experiencia saben que ninguna estrategia militar justifica sembrarlas. Celebran esta decisión porque les confirma la tesis de que lo único que se requería para desminar al país era voluntad política. Que quisieran hacerlo. Para Salomón, Habbey y Alicia la política del desminado ya es muy tarde. Pero saben que sin estas minas la vida toma un respiro. Y sus familias y sus comunidades vivirán más libres y sin miedo.
Vivir libre y sin miedo es un pequeño paso para confirmar la tesis de que el proceso de paz puede sufrir muchos contratiempos pero debe seguir adelante. Adelante como la vida de ellos. Que tuvieron un accidente y a la vez un milagro. Sobrevivieron y sueñan, confían y esperan en que no haya una sola mina más que les arrebató las piernas pero jamás pudo quitarles las ganas de seguir adelante con sus vidas y por el camino de siempre.