Por: Jaime A. Fajardo Landaeta

Ya era tiempo de que la Comisión Nacional de Televisión se ocupara de los contenidos de algunas de las telenovelas que están al aire, como es el caso de “El Capo” (RCN) y “Las muñecas de la mafia” (Caracol) que, al igual que seriados recientemente emitidos, parecen diseñados para hacer apología de conductas delictivas. 

Se le ha criticado a la Comisión el hecho de que aparentemente está de espaldas a la realidad del país, y que ignora el efecto nocivo que sobre la juventud y la sociedad en general puede producir este tipo de dramatizados. Existe también la percepción de que sus miembros no representan garantía alguna de imparcialidad, pues para acceder a ese organismo deben estar en el corazón de los dueños de dichos canales.

Resulta por lo menos degradante que, sin sonrojo, se hostigue a los televidentes con esta oferta de historias truculentas que se solazan en la perversión, la mentira, la traición y la violencia, con lo cual terminan por propiciar un ambiente favorable al crimen y a la vida fácil por la vía del narcotráfico. Subliminalmente afianzan la creencia de que para hacerle frente a cualquier crisis hay que acudir al delito en su inmensa gama de presentaciones. En la práctica se mantiene la difusión de ideales cercanos a los que propalaron en su momento los carteles de Medellín y de Cali, y en general todas las organizaciones del narcotráfico hasta las versiones actuales de paramilitares y bandas emergentes. 

Puede ser que al final de la novela sus inmorales protagonistas paguen por el mal inflingido capítulo a capítulo, que las “muñecas” entiendan que escogieron el camino equivocado o que el argumento cambie a favor de la sociedad y condenando el crimen. Pero ello sucede al cabo de las quinientas, cuando ya el daño está hecho. 

Baste con mirar la forma como los sesgados mensajes van calando entre la juventud, especialmente la que ya tiene espuela porque milita en las bandas emergentes o en los combos de barrios como los de Medellín, enfrentados por el dominio territorial y por el manejo de las “casas de vicio”, con elevado número de asesinatos de por medio. En una de las comunas de la ciudad pude escuchar recientemente, en una esquina donde se aglutinaban los jóvenes en conflicto, como se referían a “la verraquera del man (el capo)” y a “lo bueno que hacen y se foguean las muñecas de la mafia”. Los modelos de vida que recrea la televisión alimentan la necesidad de estos jóvenes de mantenerse en la guerra, porque esperan alcanzar algún día un protagonismo similar. 

Estamos viendo cosas inauditas en estos espacios de la TV colombiana. Con esta novedosa fórmula ya no se requiere reclutar jóvenes para las AUC, la guerrilla o las bandas emergentes, ni entrenarlos ocultos en fincas y con expertos extranjeros, según la escuela de Carlos Castaño: ahora la mejor forma para dominar todas las estrategias del crimen es concentrarse en la cátedra diaria que ofrecen los canales privados colombianos, a la hora de mayor audiencia. 

Ojalà la Comisión Nacional de Televisión tome las medidas del caso y no le tiemble la mano para suspender o limitar esas expresiones de violencia y de delito en los canales comerciales, aunque mucho dudamos de que se llegue a acciones de fondo. Pero en todo caso la ciudadanía y los columnistas de opinión que propendemos por la paz y la convivencia estamos en la obligación de alertar sobre los peligros que corre la sociedad con estos seriados. Claro que no faltarán voceros de otros intereses, o empresarios, actores y medios afines a la industria que salten a la palestra a tildarnos de mojigatos o retrógrados. De lo que se trata es de impedir que la cultura mafiosa se tome nuestra televisión: hay que expulsarla de allí, como lo estamos haciendo con la que se incrustó en algún sector de la clase política o en algunas de nuestras instituciones. ¡No más ambientes narco en la vida de los colombianos! 

O será que para el caso de muestra programación de TV, se está pagando por ventanilla a quienes aportaron o participaron en una u otra campaña política? Pronto lo sabremos.