Por: Juan David Escobar Cubides
@JuanDaEscobarC
Contrario al criterio de algunos, consideramos que la vida versa sobre múltiples competencias, puesto que todos por nuestra condición humana estamos llamados a competir, bien sea con nuestras realidades, con nosotros mismos, con otras personas, y/o con situaciones o cosas. El hecho de sopesar el anhelo de victoria que existe en nuestras vidas conlleva grandes apasionamientos encaminados a entregarlo todo por las metas propuestas. El hombre como ser racional, siempre, estará llamado a competir por cuestiones de satisfacción personal, pues es de grato alborozo obtener espléndidos triunfos venciendo a los adversarios o contendores; teniendo en cuenta que dichas victorias son bien logradas por vía de la rectitud, de la trasparencia y de la razón.
Las competencias sanas son trascendentales para mantener la armonía y la convivencia en la sociedad, puesto que sí hay respeto por las reglas difícilmente encontraremos conflictos de voluntades entre los contendores que han hecho parte de la contienda. Empero, la realidad es otra cuando de política se trata, o por lo menos cuando a ciertos personajes de la vida pública nos referimos, pues hay quienes no admiten la victoria sana de sus contendores y se obsesionan por generar desagradables ambientes sociales incentivando odio, rencor, discordia y disgregación: no aceptan la derrota con mesura y altura, sino que asumen una posición revanchista y fastidiosa para maquillar su fracaso.
El sofisma de distracción es el arma negativa del mal perdedor. Tal cual así hemos observado al contendor del presidente electo Iván Duque, vociferando ira visceral en las redes sociales con cuanta cosa se le viene a la cabeza para denigrar de sus ganadores. Improperios tales como utilizar la imagen de un exjugador de fútbol asesinado por motivos fútiles, para acusar al expresidente Uribe de ser el socio de su asesino, entre tantas otras cosas, resultan realmente nauseabundas y despreciables desde cualquier punto de vista.
Es grave padecer la energía oscura de una persona tóxica, pero es mucho más peligroso que dicha persona cuente con aspiraciones presidenciales y quiera gobernar a un país que necesita de todo, menos a quien incentive aversión y perversión. Aquel que no cuente con la humildad y la gallardía para aceptar con decoro y altura sus derrotas no es apto para dirigir los hilos de una patria, toda vez que es indispensable asumir las pérdidas con madurez y mesura, comprendiendo que para construir futuro el baluarte más importante es enlazar al conglomerado, pero nunca fragmentarlo por cuestiones de ego descabellado.
En efecto, si Gustavo Petro cambiara su actitud repulsiva, rencorosa y vanidosa por aspectos positivos de construcción, seguramente podríamos pensar en un futuro próximo con un país diferente. Infortunadamente, su juego radica en incendiar a las mentes desubicadas para equiparar su detestable lucha de clases, contaminada de un surrealismo populista que, constantemente profiere. Para él lo único bueno es lo suyo y no hay lugar a algo más: ¡Qué posición tan repugnante!
¡Motivos suficientes para no quererlo, pues por su actitud y comportamiento comprendemos que Petro es un adversario perverso!