Rodrigo Pareja

Clientelismo, una palabra que ni siquiera figura en el diccionario, sirve para que con ella se llenen la boca y posen de impolutos  todos los clientelistas que en Colombia han sido, son y lo serán en el futuro.

El asunto viene al caso ahora que se ha desatado contra el alcalde de Bogotá, Samuel Moreno, una tenaz campaña por parte de sus opositores, quienes el principal cargo que le hacen es que su administración se ha vuelto clientelista.

 

Se cita el caso de Bogotá por ser el más visible y mediático y porque en la campaña contra su alcalde están involucrados los grandes medios de comunicación, vale decir aquellos que defienden no siempre los supremos intereses de la comunidad, sino esos otros  que por ahora, con el Polo en el gobierno, se han visto relegados o disminuidos. 

 

Acusar de clientelista al gobernante de turno se ha convertido en el más fácil expediente de cualquier derrotado o derrotada en las pasadas elecciones, no solo en Bogotá sino en el más pobre y olvidado de los villorrios colombianos. 

 

El neólogo que parió la palabreja fue el ex presidente Carlos Lleras Restrepo, considerado un gran estadista y para muchos el mejor mandatario colombiano del siglo  XX, a quien sin embargo nadie le puede comprobar que le haya dado empleo durante su gobierno — 1966 y 1970 – siquiera a uno solo de sus enemigos políticos.

 

El, que acusó de clientelistas a los demás dirigentes y tras ese vocablo quiso significar que no repartiría la burocracia para saciar apetitos partidistas, nombró en ella a todos  sus amigos y seguidores, porque se puede predicar todo lo que se quiera pero la casa no se llena de  ladrones ni de indeseables. Al hogar se invita a gentes de bien, a conocidos, a personas cercanas, pero jamás a los enemigos. 

 

Sobre neologismo, en lo que quedó convertido ese voquible después de que lo diera a luz el parturiento Lleras Restrepo, el diccionario lo define como “palabras o expresiones ininteligibles proferidas por un enfermo mental”,  descripción que ni por equivocación le cabe al ilustre ex presidente, que si algo en realidad tenía era lucidez e inteligencia. 

 

Lo cierto de todo esto es que como lo recuerda el adagio, el hombre ve siempre la paja en el ojo ajeno y se hace el desentendido con la viga que carga en el propio. Clientelista es todo aquel que teniendo posibilidad de hacerlo, no me nombra a mí ni a mi recomendado. No se conoce todavía el primer caso de un presidente, un gobernador o un alcalde que lleve como secretario privado a uno de sus enemigos; o que nombre secretario de hacienda o de gobierno a una persona que no sea de su absoluta confianza. Bajo esta premisa incontrovertible, en el país todos los gobernantes fueron, son y serán clientelistas. 

 

Como en el caso de la corrupción, de ella siempre es autor y culpable el político del otro bando pero nunca el que la denuncia,  que se cree el único inmaculado que maniobra por los vericuetos de la politiquería. 

 

Con ese rasero, tu sí, yo no, a la larga Colombia será una edénica patria, para usar un término de moda, eso sí, sin mayúscula.  Mejor dicho, a su lado, Suecia, Dinamarca, Holanda y otras naciones por el estilo, serán unos pobres paisitos no viables.