Por: Jaime Jaramillo Panesso
Cuando en los partidos de fútbol uno de los jugadores agrede, comete una falta física o verbal contra un jugador contrario, de inmediato el árbitro ejerce su autoridad y sanciona. Cuando un funcionario público, en la contienda electoral, hace una jugada sucia contra un opositor político, como una falsa denuncia penal, para favorecer al candidato de su equipo, es decir, de su partido o de su coalición, el árbitro es la Procuraduría, según la ley. Pero la procuraduría no actúa de inmediato. Es un árbitro, es un sancionador a larga distancia, al cual se llega por escaleras, pisos, puertas, salas y escritorios. Una vez allí, con la queja o denuncia comienza otro largo camino de escaleras, demoras, turnos, etc. mientras corren los efectos negativos de la ilegal y canalla intervención en las elecciones para anular o desacreditar al candidato víctima. Cuando sale la providencia, eventualmente castigando al alto funcionario, por ejemplo un Alcalde, la etapa electoral ya pasó hace meses o años. El objetivo de funcionario público se cumplió en su momento y el poder quedó en manos de su compinche o copartidario, quien no puede ser sancionado ni contaminado por la infracción del delincuente en materia electoral.
Este caso es evidente en Medellín. Acaba de ocurrir en materia grave. Alonso Salazar en un acto de Jefe de la Policía, jefatura ejercida para inclinar la balanza en favor de Aníbal Gaviria, candidato del Partido Verde cuyo Jefe departamental es el doctor Sergio Fajardo, también candidato, pero a la Gobernación de Antioquia. Tan perdida veía Salazar la candidatura de su “ahijado” que salió a la reja de la comisaría y llamó a gritos a los periodistas, no para denunciar a un capo o a alguno de los asesinos de mujeres que en Medellín y Antioquia llega a los 200 muertes este año, sino para acusar que los “ilegales” de esta ciudad votarán el 30 de octubre por Luis Pérez. ¿Quiénes son los “ilegales” en esta ciudad donde la propiedad no legalizada llega al 30% de las casas en las comunas populares? ¿Cuántos son los “ilegales” en esta ciudad donde se usan miles de teléfonos celulares no controlados y sin registro para alquilar por minutos? “Ilegales” son 200.000 jóvenes que fuman o consumen sustancias prohibidas, más allá de la dosis personal y que pertenecen a todos los estratos sociales del Vallé de Aburrá.
Para ser un buen gobernante, antes se debe haber aprendido a ser un buen gobernado, decía Aristóteles. Un buen gobernado es el ciudadano con formación cívica, que sabe obedecer, no al “mandatario mandarín”, al personaje madurado a golpes de papel periódico, sino que sabe obedecer la ley.
Según la presumible pureza celestial de Salazar y su escuela política, los “ilegales” de Medellín son como leprosos que deben ser condenados a no ejercer su derecho al voto, aunque no estén sentenciados por autoridad competente. Un conjunto de “ilegales” especiales son los muchachos de las pandillas urbanas, algunos de los cuales están judicializados, unos capturados y otros sin capturar. La gran mayoría, sin embargo, ni siquiera están identificados. Son parte de la tribu urbana. Y hace cuatro años votaron por Salazar porque lo conocían en sus funciones públicas y lo consideraban continuador de una política de apoyo a los jóvenes con riesgo y a los desmovilizados, sin que ello significara que Salazar era un socio o un aliado. Tenían un grado de fe en él.
Todos los “ilegales” de Medellín que tengan cédula y no hayan sido condenados por la justicia a perder sus derechos políticos, pueden votar. Y lo harán por quien les dé su real gana. Los “ilegales” son, a la postre los marginales como las prostitutas, los gay de la calles tenebrosas, la gente del bajo mundo. Pero pueden legalmente votar. Inclusive los presos que están las cárceles pueden votar, si son solo procesados. Y pueden votar igual que los altos heliotropos de la banca, la industria y el comercio. Como pueden votar las monjas y los sacerdotes y pastores, los militares retirados y los vendedores de verduras, cebollas y aguacates. Sobre todo los vendedores de cebolla.