Margarita María Restrepo

Por: Margarita María Restrepo

Esta semana tuve oportunidad de atender una importante reunión con la comisionada para los derechos humanos de la infancia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Esmeralda Arosema.

Compartí con ella información muy relevante sobre la tragedia que padecen miles de niños que son víctimas de reclutamiento forzado por parte de organizaciones al margen de la ley.

Aproveché el espacio, para invitar a la CIDH a que se involucre más y nos brinde toda la cooperación posible para lograr que los niños que están esclavizados por los criminales, puedan volver, cuanto antes, a sus casas.

Pero la verdadera tarea nos corresponde a los colombianos. La indiferencia es lo primero que tenemos que vencer. Involucrarnos en el asunto, comprender el sufrimiento de aquellas madres que en silencio ven cómo sus hijos son llevados al monte por las organizaciones delincuenciales. Hagamos de la lucha contra el reclutamiento forzado un compromiso de todos, por encima de las diferencias ideológicas. Elevemos nuestra voz de indignación frente a la guerrilla que dice tener voluntad de paz, mientras niega tener niños en sus filas.

El Gobierno nos pide a los colombianos que confiemos en el proceso de paz, que creamos en las bondades del mismo, pero ¿cómo hacerlo si la guerrilla, mientras dialoga en La Habana sigue reclutando niños? Abundan los casos de menores que en diferentes puntos de la geografía nacional han sido reclutados en los últimos meses.

No me cansaré de llamar a todos los sectores de la sociedad para que suscribamos un compromiso de rechazo y lucha contra el reclutamiento forzado de menores de edad. Un país que no cuida a sus niños y una sociedad que no se preocupa por su bienestar, merecen recibir el desprecio de la comunidad internacional.

Todos debemos aportar lo que esté a nuestro alcance. Nuestro objetivo es uno: la desvinculación de las filas criminales de la totalidad de los niños.

Que ellos inviertan su tiempo educándose para hacer el bien y no entrenándose para generar dolor. Que las niñas puedan seguir jugando con sus muñecas en vez de ser utilizadas como esclavas sexuales de los terroristas. Ese debe ser el cometido de todos nosotros.

Un Estado en paz, es aquel en el que sus asociados son libres de hacer con sus vidas lo que les apetezca, respetando el marco legal. Un Estado fallido, en cambio, es aquel en el que un sector de la comunidad, en este caso los niños, no son protegidos por las autoridades. Deberíamos sentir vergüenza al saber que en este momento, mientras leen estas líneas, en los campamentos del crimen hay más de 4 mil niños que están siendo utilizados para matar, para fabricar e instalar minas; usados como objetos sexuales. Deberíamos sentir vergüenza al recordar que las niñas que son violadas y embarazadas, son también obligadas a abortar.

Nos corresponde continuar en la denuncia. También seguiremos exigiendo, a veces desde la soledad que produce la indiferencia, que la guerrilla y las Bacrim devuelva a todos los niños que tienen en sus manos.

Por lo pronto, tengo la esperanza de que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos hará lo que le corresponde para efectos de que el Estado colombiano proteja los derechos humanos de los niños.

Un comentario final. O mejor, un clamor final a las organizaciones terroristas que tienen menores en sus filas: ¡Devuélvanlos!