Por: Balmore Gonzalez Mira
Hace tres décadas las jornadas de estudio en las universidades eran extensas en horarios diarios y largas en los meses de escolaridad, entrabamos a estudiar a mediados o finales de enero y hasta finales de junio se extendían las clases y los exámenes finales o parciales dependiendo si el programa era por semestre o anualizado. Para la segunda mitad de año sucedía lo mismo, pues muchas veces se iniciaba en las postrimerías de julio y no en pocas ocasiones nos cogía la encendida de velitas aún en exámenes finales. Eran casi cinco meses de labores de clases presenciales a las que había que acompañar de visitas a las bibliotecas para poder consultar las tareas extracurriculares y para ahondar en el conocimiento de muchas materias desconocidas. Los libros en físico eran visitados, leídos y consultados diariamente y muchas veces los préstamos de un texto para llevar a la casa se restringían porque eran pocos los ejemplares y muchos los educandos necesitados de su consulta, lo que hacía aumentar las horas de estudio.
También se comenta como la internet ha cambiado las costumbres de los estudiantes y de los docentes que no han asimilado la modernidad o no han aprovechado sus beneficios o por el contrario se han dejado absorber por sus perjuicios, pues la ortografía, la redacción, la inventiva y otros valores conceptuales se han ido desdibujando, toda vez que con solo oprimir un botón todo se encuentra en la página respectiva. Resúmenes de obras literarias y solución a todos los interrogantes que hacían parte de las delicias del pensar, reflexionar y hasta de lo abstracto van despareciendo. Y hasta la lógica y la razón están a un click en el computador más desactualizado de cualquier estudiante de pregrado. Google se ha convertido en el nuevo mejor amigo de los estudiantes y profesores perezosos, pero en el peor enemigo de la educación de calidad, sin contar con que allí hay una estela de errores y barbaridades que los poco curiosos repiten con suficiencia de sabios. .
Las matrículas en las universidades en esa época no eran tan costosas y en muchas de ellas los exámenes de admisión se hacían con verdaderos criterios de selección por calidad y por lo general coincidían unos días después de presentadas las pruebas del Estado o del ICFES, que de paso sea dicho también han tenido muchas variaciones. Y en un buen número pasar a la Universidad era un privilegio de los buenos estudiantes. Estos temas obedecen a una de tantas tertulias que se entablan en los hogares donde los padres de familia se quejan de los costos por “semestre” de las universidades y el poco tiempo que reciben clase los estudiantes. En algunos cálculos se ha evidenciado que hay semestres de tres meses y medio o cuatro, reales de clase, y si a eso se le restaran los fines de semana y festivos podríamos, en la vida real, asegurar que son menos de tres meses de clase física por semestre.
Las modificaciones de los calendarios académicos permiten alguna flexibilidad a las instituciones universitarias para poder alivianar cargas laborales con docentes y personal administrativo, a tal punto que si echamos un vistazo en las universidades privadas que tengan un costo por semestre de seis millones, perfectamente podemos afirmar que en matriculas por estudiante un hogar puede estar pagando dos millones mensuales. Estas cuentas son hipotéticas dado que en la inmensa mayoría el cobro se genera por los créditos de cada materia y no por cada una de manera individual.
Todas estas reflexiones, incluida la de que las universidades virtuales tienen un gran reto, pues deben aprovechar con suficiencia los elementos tecnológicos de la posmodernidad para formar profesionales con calidad y competencia para los nuevos mercados laborales que demanda el mundo, nos llevan a preguntar ¿Por qué la educación privada se encareció tanto en el país? ¿El Estado debe controlar efectivamente lo que se convirtió más en un negocio que en una loable tarea de formación integral? ¿Qué más podría hacerse para mejorar la calidad en estas instancias del pregrado?
Mientras tanto, la Universidad de Antioquia en lo público y la UPB en las privadas, son catalogadas como las mejores universidades del departamento en un nuevo ranquin que se acaba de publicar, quedando dentro de las diez mejores en el país. Felicitaciones al Alma Mater y a la Pontificia Bolivariana.