John Fernando Restrepo

Por: John Fernando Restrepo Tamayo

El registro sobre el tiempo, lo curioso, la aventura y lo extraordinario de la visita de Francisco a América latina: Ecuador, Bolivia y Paraguay ha quedado resuelto a plenitud. Y no era para menos. La ocasión tenía lugar por la expectativa y por el curso político latinoamericano. Sumado a que América latina es la última reserva del tanque de oxígeno que le queda de vida al cristianismo. Europa, Asia, África y Norteamérica pueden respetar al Obispo de Roma pero no le comulgan de manera decisiva. El cristianismo empieza a notar su extinción por sustracción de materia. América latina es el último bastión. Es la esperanza. Es la reserva. Es lo que queda. Por eso hay que cuidarla. Por devoción y por estrategia. América latina, pobre y marginal, es la zona de mayores fieles cristianos en el mundo. Es la sede natural del Vaticano y Francisco lo sabe. El Obispo de Roma es latino.

Ecuador, Bolivia y Paraguay fueron un solo escenario de devoción, de reflexión y de instalación de las condiciones de esperanza. Nunca antes un Papa había sido recibido con tanta devoción. Nunca antes un Papa había acercado tanto a los fieles latinos a Dios. Nunca antes un Papa se presentaba tan humano y tan asequible. Nunca antes un Papa se había despojado de la solemnidad romana para hacerse sentir como uno más del pueblo latino. Nunca antes un Papa había reivindicado tanto las consignas de Puebla, Santo Domingo y Medellín. Nunca antes un Papa se había sentido tan cerca de la teología de la liberación: la teología que entiende y describe el Evangelio en clave latinoamericana. La teología que entiende la pobreza no solo como esperanza y como redención sino como denuncia social desde el Evangelio para promover y exigir transiciones políticas y reformas económicas. La teología que entiende la pobreza como una condición a superar. De ahí su cercanía con el discurso marxista. De ahí el Cristo atado a una cruz de hoz y martillo.

El paso de Francisco por América latina ha sido necesario, satisfactorio y reconfortante. Tanto en lo religioso como en lo político. En lo religioso porque se han renovado los votos de fidelidad y devoción. En lo político porque ha quedado claro el papel de América latina en el curso de la historia. El papel revolucionario de los pequeños, de los marginados y de los excluidos. El papa Francisco lo ha dicho con claridad: una revolución se hace a costa de pequeños detalles. Una revolución verdadera empieza de manera silenciosa, disciplinada, ordenada y ajustada a sus principios. Los principios de la lealtad y el respeto por el ser humano.

El paso de Francisco por América latina no solo ha sido una misa larga o un acto solemne de exclusiva piedad. Ha sido un acto simbólico y político. Cargado de esperanza y generador de conciencia de que América latina encierra la alegría, la vida y la libertad. Su llamado a los pobres a no perder la esperanza; al clero a no caer en el alzheimer espiritual; a los dirigentes a no olvidar su compromiso con la conservación de la democracia y la promoción de los derechos humanos; a los jóvenes a no temer ser imitadores de Cristo. Un Cristo humilde y despojado de sí. Tan pobre y tan despojado como la realidad misma de América latina y del fraile italiano del siglo XII de quien el Papa tomó el nombre para el ejercicio de su pontificado.