En Colombia todos señalan al otro con discursos llenos de odio. La libertad de opinión se convirtió en licencia para disparar palabras letales contra la honra y la dignidad de los demás. Hoy, el derecho al buen nombre y a la tranquilidad emocional y judicial quedó reducido a cenizas por cuenta de lenguas y teclados irresponsables.

La política y el periodismo, que deberían estar al servicio del bien común y de la construcción de verdad, diálogo y paz, se están prestando para el show barato, el insulto fácil y el retuit incendiario. Así ganan aplausos, aunque hundan al País en la confusión y la rabia.

Los políticos se volvieron vedettes de redes, más ocupados en humillar rivales que en gobernar. El populismo es su dieta diaria: se alimentan de la indignación que ellos mismos provocan, para pedir renuncias ajenas mientras aplauden la basura ética de los suyos.

Y los periodistas, que deberían fiscalizar a todos los poderes sin distinción, hoy parecen fans con micrófono. Se reparten entre “periodistas de oposición” y “periodistas de gobierno”, olvidando que el periodismo no es una barra brava y tampoco es la sede de un partido político. Su deber es con la verdad, la independencia y el interés común.

El resultado de esta forma de ejercer la política y el periodismo es un país polarizado, manipulado, cada vez más bruto y más enfermo. Aquí ya no se debate para entender, se grita para aplastar. No se informa para que la gente decida mejor, se desinforma para que tenga más elementos para odiar al otro.

Es hora de que políticos y periodistas miren sus propias manos: mientras señalan con su dedo índice a otros, tres dedos de esa misma mano apuntan hacia ellos mismos. Y ésta no es una simple metáfora: si son decentes y honestos por un instante, háganlo consciente, cierren los ojos y “sincérense” para que les de vergüenza y, de pronto… de pronto, les dé por volver al redil de la buena política y del buen periodismo.

Porque Colombia necesita políticos que propongan y gobiernen, y periodistas que informen con rigor y ayuden a entender con contextos; que también incomoden, pero con responsabilidad e imparcialidad, y que no se dejen utilizar como correa de transmisión de la guerra sucia

Si de verdad les duele Colombia, políticos y periodistas deberían dejar de jugar a incendiarla. Este país no necesita más egos hambrientos de aplausos ni trincheras mediáticas disfrazadas de periodismo: necesita responsabilidad, respeto por la verdad y un compromiso sincero con el bien común. Lo demás es puro espectáculo, y ya hemos pagado demasiado caro por tanta función ruin.