Por: Gustavo Salazar Pineda
Harta falta que hacen hoy en día en esta descompuesta sociedad del siglo XXI los maestros de otros tiempos no muy lejanos. La tranquilidad, el sosiego y el buen vivir han desaparecido en el conglomerado social desde que la educación escolar y colegial dejó de estar en manos y mentes de damas intachables y cristianos en el mejor sentido de la palabra, y varones rectos, egregios y alejados de cualquier cálculo económico, como eran los docentes del ayer. Segundas madres y padres secundarios resultaban ser aquellos antepasados que elegidos de la mejor estirpe moral y de apenas conocimientos sencillos se dedicaban a la más noble profesión, cual es la de enseñar al que no sabe. Obra de misericordia la tuvo el catecismo de astete como prioritaria en la comunidad.
Carecían de títulos ostentosos y universitarios y quizá algunos eran autodidactas, empero su bondad y rectitud moral y ejemplar comportamiento con sus vecinos hacían de estas mujeres matronas verdaderas de enseñanza, madres sustitutas en lo educativo y formativo, y hombres que reemplazaban al padre en la orientación académica sencilla y suplían la autoridad paternal cuando el educando era díscolo, grosero, indisciplinado o irrespetuoso. Tiempos hubo en que estos egregios formadores de nuevas generaciones tenían más que alumnos, hijos intelectuales y espirituales a quienes guiar. Las maestras que educaron y formaron a nuestras abuelas y madres ejercían su profesión con la más profunda devoción; madres y maestras formaban un auténtico tándem, un dúo educacional incomparable sin que en ellas primara más que el deseo de servir y orientar a los infantes y adolescentes. Igualmente fueron los maestros ajenos a todo interés económico y dedicaban horas, días y noches a servir de faros a los aprendices que tenían la feliz oportunidad de ser sus alumnos.
No tenían los maestros de otros tiempos los vicios que muchos de los educadores de hoy poseen; casi todos llevaban una vida ejemplar comunitaria y podría afirmarse, sin lugar a duda alguna, que enseñaban a través del ejemplo y de su conducta, antes que el libro o la cartilla. Mucho se ve en esta época a educadores alcohólicos, sindicalistas y solo interesados en suplir sus necesidades de supervivencia, alejados por completo del espíritu altruista de sacar de la ignorancia y del desconocimiento, distitnos a los auténticos maestros que eran los de tiempos recientes. Como en muchos oficios y profesiones, inclusive en los altos cargos oficiales y privados, carecen hombres y mujeres de ciencia y conciencia para ejercer su noble y delicada tarea. Los méritos han sido trocados por intrigas de improvisadores empleados de toda clase en los que el juez, policía o profesor, no el maestro, médico y otros de igual significancia social medran por un salario más no vibran espiritual, emocional e intelectualmente con lo que hacen. Gerentes, asesores y demás personal de distintas disciplinas vegetantes que entregan el alma y su espíritu al cargo que han sido elegidos.
Sabían del oficio, eran diligentes, honorables los maestros del pasado, tenían pleno control sobre sus discípulos, conocían sus padres, sus hermanos, su familia; conocimiento tenían igualmente de sus costumbres y formas de comportarse y por ello formaban personas dignas de servir en el futuro en el núcleo social.
Eran las maestras y los maestros sacerdotes de la educación y con el cura del pueblo, el alcalde, el policía y los padres de familia, un inigualable grupo formador de almas y de mentes. Fueron estas damas y estos hombres auténticos pedagogos que tal vez sin haber leído o conocido a María Montessori, Jean Piaget, Paulo Freire o Agustín Nieto Caballero, acertaron al servir de faros a educandos ávidos de una adecuada formación integral, no solo académica, sino religiosa en el más caro sentido del vocablo, intelectual y espiritual.
Educación con libertad, respeto por el alumno, potenciadora de cada talento individual, no represiva sino persuasiva, fue la impartida por quienes hoy añoramos muchos de los que estimamos la educación como principal baluarte y soporte de una sociedad tranquila, alegre y apacible.
Ninguno de ellos tuvo como principal objetivo al educar los pliegos de peticiones que hacen públicos los profesores de hoy, víctimas a su vez de un presupuesto lánguido y de una deserción escolar y colegial. Si no volteamos la vista atrás para implantar de nuevo casi en todas las disciplinas el modelo anterior educativo y formativo de nuestros ancestros no podemos aspirar a una sociedad más justa, pacífica y sosegada ni tener un buen vivir individual, metas supremas de una sociedad civilizada y humanista.