Gustavo Salazar

Por: Gustavo Salazar Pineda

Amor, trabajo y cultura son las bases de una vida feliz, quien tenga estos tres elementos puede ser un gran candidato a la felicidad humana.  Sin embargo, pocos los afortunados que en este convulsionado como alocado mundo pueden preciarse de tener satisfecho el trípode de la dicha existencial.  Unos carecen de un adecuado, apetecido  y bien remunerado trabajo; otros son afortunados en tener excelente empleo, pero carecen de la cualidad de gozar del amor por la vida, por la naturaleza, por sí mismos y por los demás; y los hay que teniendo las dos anteriores carecen por completo de cultura.  Así que no es fácil de satisfacer la tríada que hace la vida más alegre y feliz.

Nuestra educación tiende a imponernos la manera de adquirir un buen trabajo con descuido del arte de amar y el cultivo de una adecuada cultura.  Nos mutila la sociedad y nuestros padres alguno o algunos de los ingredientes necesarios para ejercer el arte del buen vivir.  Son millares de seres en el planeta los que se esfuerzan por conseguir los recursos básicos para su manutención y la de sus familias, otros cuantos miles se ocupan de sus negocios desde la mañana hasta altas horas de la noche sin dejar un espacio en sus vidas para ganarse a sí mismos, a sus seres queridos y desplegar los pasatimepos que hacen más amable la existencia.  La inmensa mayoría termina indefectiblemente siendo triste, aburrida y vacía a casusa de dar todo de sí para ganarse el pan de cada día o para aumentar su fortuna y para ella los goces de la cultura, el intelecto y el espíritu no existen o les resulta inaccesibles.  Cuántos ricos se privan de una feliz vida por miedo, codicia o ignorancia.  En mi experiencia de vida he conocido ganaderos millonarios que no se dan un viaje, no van a un buen restaurante o no adquieren un buen libro a causa de su ignorancia y codicia supremas.   Algunos ganaderos son millonarios rodeados de pillos, bandidos y criminales que al realizar erogaciones, que no son más que inversiones para ellos mismos, piensan en determinadas cabezas de ganado (con lo que cuesta un viaje me compro diez vacas o novillas), que acumulan dinero para que sus esposas e hijos lo despilfarren cuando ellos mueren ricos pero que vivieron unan vida de privaciones.   Mueren como vivieron:   desdichados.  No son pocos los industriales y comerciantes en el mundo que siguen la misma desafortunada senda de estos hombres del agro.

Antioquia, el siglo pasado, tuvo entre sus hijos a un zarrapastroso millonario que jamás conoció los goces de la cultura y el espíritu.  Nuestra cultura paisa ha estado fincada en el tener, en el acumular, en el ser rico y con excepción de algunos seres privilegiados, pertenecemos a un entorno de ávidos, avariciosos y codiciosos buscadores de fortuna.  El vacío interior y la pobreza espiritual de nuestros ricos contrastan con la abundancia cultural de hombres y mujeres como Fernando González, Gonzalo Arango, Débora Arango, para dar unos cuantos nombres.  La pobreza y vacuidad cultural y espiritual de nuestra comarca han sido objeto de múltiples críticas ácidas de plumas como la de los mencionados González, Arango y Fernando Vallejo.

Paisas hubo en la Antioquia de antaño con carrieles repletos de dinero pero carentes de sensualidad y sensibilidad por las artes y los goces mundanos.  Los hijos de los antioqueños colonizados en siglos pretéritos, los caldenses devenidos también quindianos y risaraldenses refinados y más cultos que sus ancestros, han dejado la llamada cultura grecoquimbaya en la que destacan figuras culturales como Silvio Villegas, Fernando Londoño y Londoño, Bernardo Arias Trujillo, Gilberto Alzate Avendaño y otros hijos ilustres de esa verde, bella y apreciada región central de Colombia.  Una fama de tal vale más que el rango de posesiones y riquezas materiales.

Jericó, en Antioquia, y Salamina, en Caldas, son cunas de mujeres y hombres ilustres por su cultura y espiritualidad, más valiosos que los orondos millonarios paisas, que exceptuados los Echavarría y unos pocos, han sido generalmente unos burros de oro, carentes del conocimiento del arte del buen vivir.