Por: Jaime Jaramillo Panesso

Desde la parición de la fotografía, que antecedió al cine, la humanidad tiene una fuente de referencias objetivas de hechos y personas que la fotografía muestra. Al momento de observar un fenómeno, el fotógrafo es el testimonio indefectible. Cuando un volumen alto de aparatos telefónico-celulares en manos de los ciudadanos del mundo libre, aparatos dotados de cámara fotográfica, parecería que ya no va a existir ningún episodio de la vida privada o pública, que deje de ser registrado por la gente del común. Tendremos en futuro un acumulado de fotografías que nos permitirá conocer en el sitio y los hombres con sus vivencias, labores, agonías.

Un libro de reciente edición, patrocinado por  Argos y bajo la batuta investigadora y la tenacidad del médico-fotógrafo Jaime Osorio Gómez, Fotografía en Antioquia, impreso  por Villegas Editores, es un espectacular deleite para el conocimiento, para la historia y para el nervio ocular de quien donde pone el ojo, pone la lente y el zoom. Por sus 270 páginas desfilan los más destacados fotógrafos de esta región durante los siglos XIX y XX, desde Fermín Isaza, 1850, hasta Andrés Sierra, 2003. Entre esos dos polos que compendia el autor se encuentran los clásicos retratos de Gonzalo Gaviria, Benigno Gutiérrez, Benjamín de La Calle, Francisco Mejía y Rafael Mesa con niños posando en sus estudios, cuando se usaban los pantalones cortos que caducaban en la pubertad. Conocer a Medellín de la mano, del ojo mejor, de Foto Rodríguez o Manuel Lalinde, con sus calles empedradas, lo coches tirados por caballos, las casas quintas con fachadas o jardines protegidos por  barandas de hierro, los estudiantes de la Facultad de Medicina realizando prácticas en cadáveres de verdad en los pasillos del cementerio de San Lorenzo. Y las caras y vestimentas de nuestros antepasados en retratos de familia en la cámara de Benjamín de la Calle que, además, nos legó la figura del último fusilado en 1906, un delincuente sentenciado a la pena capital por subversión  y violación carnal, que se llamaba José Leoncio Agudelo.

 

Conocer el Medellín antiguo con la quebrada Santa Elena a cielo abierto, en cuyas calles laterales estaban las residencias de las familias más ricas y encopetadas. Las panorámicas de Jorge Obando sobre un avión de Avianca y sus pasajeros. Los billaristas de  Caucasia jugando con el agua a la rodilla por inundación de carambolas y maldición del río Cauca en la foto de Humberto Arango.-Los rostros de los desplazados por la violencia en el obturador de Jesús Abad Colorado, secuestrado después por el ELN. Imposible no nombrar a León Ruiz y sus retratos de los laburantes callejeros, Guillermo Melo y sus texturas a colores. Carlos Tobón y la ternura de sus personajes. La irreverente Última Cena de Mario Vélez y el remate con los desnudos femeninos de Jaime Osorio.-

Son los fotógrafos de Antioquia que con la sal y el sudor de sus papeles fotográficos o las actuales cámaras computarizadas, como Zalo y Carlos Vidal, quienes hacen de este libro un manual de historia que la cuenta mejor que los sacrificados historiadores de academia.