Este domingo, 19 de octubre, día de las elecciones de los Consejos Municipales y Locales de la Juventud, muchos jóvenes en todo el País darán su primer paso en la vida política. Algunos resultarán elegidos. Otros habrán participado por primera vez en un proceso electoral. Todos, sin excepción, estarán aprendiendo lo más valioso: que la democracia se construye participando.
A quienes resulten elegidos hay que recordarles que el liderazgo político no se mide por la cantidad de votos obtenidos ni por el número de seguidores en redes, sino por la capacidad de servir con decencia, de escuchar con humildad y de actuar con coherencia.
Esos 4.500 jóvenes elegidos no deberán olvidar que el poder, por pequeño que parezca, no se posee: el poder político se administra en nombre del bien común, que es un principio básico del que nunca se deberán desprender, si deciden continuar con su carrera política.
Deberán recordar siempre que su papel no será imponer, sino representar; no será mandar, sino proponer; no será figurar, sino construir confianza.

Estos jóvenes que recibirán, precisamente, el voto de confianza de los jóvenes entre 14 y 28 años que decidan ir a las urnas -ojalá una inmensa mayoría de los 11 millones habilitados para votar-, deberán ser muy conscientes de los pecados que cometen muchos de los actuales políticos, quienes han degradado con su actuación la política.
Pecados como usar el cargo (Edil, Concejal, Diputado, Representante a la Cámara, Senador, Alcalde, Gobernador o Presidente) para beneficio personal; mentir para conservar el favor de los demás, entre otros, el voto; protagonizar por acción o por omisión actos de injusticia; abusar del poder o extralimitarse en sus funciones; recurrir al tráfico de influencias, a la contratación amañada, al clientelismo y a la corrupción; despreciar la participación ciudadana; perseguir al contradictor; usar el poder para dividir o deslegitimar las instituciones cuando no se someten a sus intereses; creerse dueño de la verdad; ser incapaz de reconocer errores; rodearse de aduladores turiferarios que alimentan su ego y secan su alma pública…
En fin, son muchos los pecados cometidos por los políticos de hoy, que son mal ejemplo. Son pecados que los jóvenes que empiezan su vida política, deberán evitar.
No pueden olvidar jamás que la política que sirve al interés general -no a los intereses particulares, politiqueros y económicos- no se hace con astucia, sino con integridad.
Ser consejero de juventud no es un ensayo menor. Es el primer escalón en una carrera que puede marcar el futuro de la Nación. Desde ese espacio, los jóvenes pueden mostrar que es posible hacer política con principios y valores; con respeto, tolerancia y responsabilidad; sin odiar, sin ofender, sin insultar, sin injuriar, sin calumniar y sin desear ver regada la sangre del contrincante en la arena política.
Colombia necesita que estos jóvenes, tanto los elegidos como los electores, sean la generación que reconcilie la ética con la política, que vuelva a poner la verdad en el centro del discurso y el servicio en el corazón de la acción.
Los políticos jóvenes que empiezan su carrera con la intención de servir con honestidad, con humildad y con humanidad, no sólo pasarán a la historia como los colombianos que fueron capaces de cambiar positivamente sus entornos, sino que fueron capaces de dignificarse a sí mismos, dignificando la política.