Edwin Franco

Por: Edwin Alejandro Franco Santamaría

Varios genocidios ha conocido la humanidad en los últimos ochenta años, tal vez el más conocido y con la mayor cantidad de víctimas fue el que llevó a cabo Hitler en contra de los judíos entre los años 1933 a 1945, con el pretexto de purificar la raza y crear una superior. También han existido otros:  el de Camboya, entre 1975 y 1979, en el que se mató en nombre de un absurdo dogma político; en el de Bosnia, la matanza inició después de la fragmentación de una federación multiétnica; el llevado a cabo en contra de los Kurdos, en los tiempos de Sadam Husein, por ser un pueblo que quería independizarse de un dictador; en Sudán se llevó a cabo un exterminio masivo porque inocentes ocupaban un territorio rico en petróleo; y por supuesto, el de Ruanda, ejecutado en contra de los Tutsis por parte de los Hutus, entre el 6 de abril y el 4 de julio de 1994.

Cómo olvidar la extraordinaria película “Hotel Ruanda” (2004), llevada al cine por Keir Pearson y Terry George, la cual recibió tres nominaciones a los premios Oscar y que entre otros tuvo como actores a Don Cheadle y Sophie Okonedo.  Hay que verla para darse cuenta de los horrores del genocidio.

Hace poco me encontré con un libro titulado “Un hombre corriente” (2006), escrito por Paul Rusesabagina, que es el personaje que intepreta en la película Don Cheadle.  Hasta unas páginas antes de finalizar su lectura consideré que era un título poco ambicioso para todo lo que el libro contaba, cuando lo terminé, opiné lo contrario.  Al final de la columna me explicaré.

Paul Rusesabagina era el gerente del Hotel des Mille Collines, perteneciente a una cadena de hoteles belga, ubicado en Kigali, la capital de Ruanda, y era el lugar donde se reunían los políticos y los poderosos del país, además era el lugar donde llegaban las delegaciones de organizaciones internacionales, como algunas ONG.  Los diplomáticos y embajadores de otras naciones se alojaban en otro hotel de la misma capital de propiedad de la misma cadena, el des Diplomates.

Si la película puede sencillamente tildarse de extraordinaria y conmovedora, además de estos, muchos otros calificativos la caben el libro, pues el lujo de detalles con los que cuenta al antes, el durante y el después del genocidio son espeluznantes, desgarradores, estremecedores, y desde luego, muy tristes.  Explica con claridad las causas que desataron la matanza de inocentes y la enorme, casi exclusiva culpa que le cabe a otros países y organizaciones internacionales como la ONU.

Entre las primeras, cabe destacar las políticas colonialistas que ha experimentado la humanidad, que en algunas ocasiones ha traído beneficios a los colonizados, pero en otros muchos, guerra, desgracia y pobreza, como le sucedió a casi todos los países de África.   A Ruanda la manejaron los belgas como les dió la gana, creyendo que estaban al frente se seres inferiores o incluso de animales, y entre las muchas cosas malas que hicieron, se encargaron de hacerle creer a las dos etnias predominantes, Tutsis y Hutus, que los primeros eran más bonitos, de más estatura, y los elegidos para regir los destinos del país, mientras que los segundos, eran física e intelectualmente inferiores y debían estar dominados por aquellos, lo que dió lugar a que en el siglo XX ocurrieran dos o tres genocidios de los que poca noticia se tiene y por tanto el de 1994 tenía el camino allanado para que se llevara a cabo.  Ya en el poder los Hutus, con un dictador corrupto e incapaz, pero patrocinado en todo por la Francia de Francois Mitterrand, Juvenal Habyarimana, logró que calara en las gentes de la etnia a la que pertenecía que los Tutsis eran una amenaza, que lo derrocarían y los Hutus tendrían que esconderse.  El 6 de abril de 1994, el avión en el que viajaba el dictador, próximo a aterrizar en el aeropuerto de Kigali, fue derribado por un misil, no se sabe por quién, y comenzó lo que la humanidad no debiera olvidar y por ende repetir, lo cual desafortunadamente no ha sido así, el genocidio, no el más grande, como dice el autor, pero si el más rápido y el más eficaz:  500.000 ruandeses a punta de machete perdieron la vida en los 100 días que duró la locura, 5.000 diarios, 4 cada minuto.  La hazaña de este buen hombre fue haberle salvado la vida a 1.268 personas que lograron llegar al hotel que administraba, evitó que murieran el equivalente a dos horas.  Esta proeza la consiguió porque el hotel era el único lugar del país que algún respeto tenía ante los milicianos, por la imagen internacional que representaba, y cuando se decidieron a atacarlo, logró detener el ataque a punta de diálogos con los generales genocidas en medio de algunas cervezas y de algunas botellas de vino, sacándole provecho a un adagio ruandés según el cual no te debes sentar en una mesa con un hombre sin invitarlo a una cerveza.

En esta danza macabra, un medio de comunicación, una emisora privada llamada Radio Televisión Libre des Mille Collines (que ninguna relación tenía con el hotel, no obstante el mismo nombre), jugó un papel absolutamente determinante.  Se convirtió en la emisora oficial del gobierno asesino.  Azuzaba, y con qué poder de persuasión, a los Hutus para que mataran a las “cucarachas”, como llamaban a los Tutsis; lograban la ubicación de quienes estaban escondidos y lo decían al aire; develaban la verdadera identidad de muchos Tutsis, ocultada por obvias razones.  Lo que puede hacer un medio de comunicación obsecuente e irresponsable, por darle un piropo.

Durante el genocidio fueron muchas las llamadas, las cartas y los faxes que envió Rusesabagina a la Casa Blanca, a las Naciones Unidas, a gobiernos europeos y a distintas organizaciones, nadie quiso ayudar, porque ese es el término indicado, ”no quisieron” hacer nada para detener la matanza y la barbarie.  Casi toda la responsabilidad la tienen gobiernos y organizaciones extranjeras, que pecaron tanto por acción como por omisión.  Bélgica, porque como país colonizador, sembró las bases para las distintas épocas de violencia que vivió el país.  Estados Unidos, que con uno “de los mejores presidentes de toda su historia”, Bill Clinton, escondió la cabeza como el avestruz y nada hizo para evitar lo que sucedió.   Pero sin lugar a dudas los mayores responsables son la ONU y Francia.  El Secretario de las Naciones Unidas para ese entonces era Boutros Boutros-Ghali (Africano, de Egipto, pueden creerlo?), no movió un dedo, y quien fuera posteriormente Secretario General, Kofi Annan (también africano, de Ghana), que para la época del genocidio ostentaba un alto cargo en esta organización y pudo haber hecho mucho, no hizo nada a los muchos requerimientos que en tal sentido se le hicieron.  En una escuela, por ejemplo, había apostados 90 soldados de la ONU, que recibieron la orden de irse. Más de demoraron en doblar la esquina, que estar muertos a machete los 2.000 niños que allí estaban, supuestamente a salvo de las milicias asesinas.  En una iglesia fueron asesinadas, igualmente a machete, 10.000 personas y la ONU permaneció impertérrita frente al hecho. Francia, que había entrenado y provisto de armas a la Guardia Presidencial y a los milicianos, mantenía con las autoridades que llevaban a cabo el exterminio las mejores relaciones, no hubo condenas ni apoyó para que las hubiera. Cuando finalmente el Frente Patriótico Ruandés, al mando de Paul Kagame, actual presidente de Ruanda, se hizo al control del país, los genocidas y quienes los ayudaron huyeron a países vecinos.  En ese momento si llegó la ayuda de la ONU y de los gobiernos extranjeros, pero no a los sobrevivientes y víctimas de Ruanda, sino a los criminales, les llegó comida, agua y en general, ayuda humanitaria, además de 2.500 efectivos de las Naciones Unidas, para  protegerlos tal vez, pero de la amenaza de quién?

Muchas lecciones no aprendidas deja este genocidio:   la farsa y el cinismo de una organización como las Naciones Unidas, que se ha considerado el pacificador del mundo, pero que cuando más se ha necesitado, no ha hecho nada.  Directo responsable.   Países como Bélgica, que sembraron las semillas para la posterior violencia que en varias épocas vivió el país.  Francia, que alimentó al régimen antes y durante la masacre.  Esa Francia que dió lugar a la Revolución Francesa, que todos hemos considerado la patria donde nació la concepción moderna que de Estado tenemos actualmente, la cuna de las libertades y del respeto a los derechos humanos, de grandes hombres, de pensadores por doquier; la Francia de la Liberté, égalité, fraternité (Libertad, igualdad, fraternidad).  Qué mentira.  Qué farsa.

Otra cosa clara y que olvidamos a menudo, es que las palabras son las armas más mortales del arsenal humano, pero también pueden ser herramientas de vida, tal vez las únicas.  Era descomunal el alud de palabras que exaltaba la supremacía racial y animaba a la gente a cumplir su deber, que no era otro que matar al vecino, al amigo, al compañero de escuela, de la niñez o de la adolescencia, siempre y cuando fuera Tutsi o un Hutu traidor, como dice el autor.

El genocidio ocurrió hace 22 años, la película se hizo hace 12 y el libro se escribió hace 10, pero dejan en evidencia todas las mentiras de estas grandes naciones y de importantes organizaciones, que aún persisten.  Desafortunadamente ese “No más” que Rusesabagina ha soñado, como él mismo lo reconoce, está todavía lejos de hacerse realidad, todavía hay vivos conflictos como el de Siria, donde han muerto y todos los días mueren civiles inocentes y como con la situación de Ruanda, todos los mismos países y las mismas organizaciones, impávidos, como si nada, muy por el contrario, han echado leña a la hoguera.  Todos farsantes, cínicos y mentirosos.

Es abrumadora la impunidad.  Muy pocos los responsables de todos estos genocidios.  En el caso de Ruanda, algo más de 30 personas han sido procesadas por el Tribunal Internacional que se instauró en Tanzania para juzgar a los responsables.

“El mal es una criatura grande, fea y descomunal.  Es un enemigo formidable en un ataque frontal.  Pero no es muy inteligente ni muy rápido.  Se puede luchar contra él atacándolo por los costados.  El mal puede ser derrotado por personas que pasan por débiles.  La gente común y corriente es en realidad la única que tiene capacidad para derrotar el mal”, escribe el autor.

Por eso el título del libro es el adecuado.