Jaime Jaramillo Panesso

Por: Jaime Jaramillo Panesso

Las llamadas “causas objetivas” del conflicto o de la violencia política en Colombia, son la pobreza, la falta de educación, las falencias en el sistema de salud, el desempleo y otras similares. Esas “causas objetivas” las acuñó hace muchos años Belisario Betancur, ex presidente de la nación que llegó hasta ahí en materia de paz. La guerrilla iguala esas “causas objetivas” a “justicia social”, o mejor injusticia social, concepción que también reclama la Iglesia Católica. Es cierto que de los pobres se alimentan las mentes criminales que les ofrecen el cielo del estado comunista (marxista-chavista) o el cielo del martirio por la causa.

La pobreza es una de las explicaciones más frecuentes de la delincuencia común en las ciudades. La diferencia está en que las organizaciones guerrilleras marxistas leninistas consideran que esas causas objetivas – o la justicia social- solo son alcanzables por la violencia revolucionaria.  Los partidos democráticos y la ciudadanía en general consideran que esas metas  son posibles  por la vía pacífica y civilizada. Los asuntos sociales de nuestro país deben resolverse en el terreno de la democracia activa, no con la punta del fusil en la nuca del mediador.

Los seguidores de las “causas objetivas” justifican, ensalzan  la violencia política en su discurso que proviene de las “causas subjetivas”,  elementos de su formación ideológica y política: la lucha de clases, la contradicción entre capitalistas y proletariado, (traducida al lenguaje llano es la contradicción insuperable entre ricos y pobres), el odio de clases, la intolerancia y el culto a la personalidad de los altos mandos de la guerrilla o del partido. Las “causas subjetivas”, que portan como un escapulario, son el motor de la historia, están ancladas al destino (determinismo) inexorable de la toma del poder en su más amplia dimensión. En otras palabras, está escrito. Palabra de Dios, dirán otros creyentes del lado opuesto.

¿Cuándo los marxistas leninistas cambian de opinión o de estrategia para obtener el poder? Cuando están derrotados militarmente o cuando las condiciones reales y materiales de un país en su correlación de fuerzas, no les permite el uso de las armas, sino acoplarse a la democracia, como lo tuvieron que hacer en Europa al terminar la segunda guerra mundial y desaparecer de la escena después de la caída del muro de Berlín y de la URSS.

Las Farc y el Eln no pudieron tomarse el poder por la vía revolucionaria. Esto es un hecho evidente. La derrota política se mide por la desaprobación que tienen entre la ciudadanía. La derrota militar se mide por no tener bajo su control territorios donde ejerzan como estado o donde las “causas objetivas” han desaparecido, es decir donde  hayan superado la pobreza de las masas y sirvan como ejemplo de vida, libertad y progreso. Aparte de lo que está sucediendo con las Farc, el Eln sin cumplir estas premisas,  podría conseguir una victoria moral, reconociendo la imposibilidad de alcanzar el poder por la violencia, y llegar a acuerdos con el Estado legítimo, que les garantice la vida a los combatientes, la participación política condicionada a las normas, la expresión libre para la formación de una corriente política que plasme en leyes su plataforma revolucionaria o reformista.

¿Qué ocurre en La Habana a estas horas de la historia? Que la guerrilla fue convidada por el gobierno a una mesa donde se debatieron durante casi tres años las “causas objetivas” de la violencia para darles una solución según las aspiraciones de las Farc. Significa que su discurso triunfa mientras sus armas están derrotadas. La concesión de entregarles parte importante de la agenda social a las Farc para su opción, deliberación y sanción es una terrible equivocación, porque las Farc lograron renacer de sus cenizas, gracias a la conversión en reformadores de algunos problemas de las estructuras sociales y en magistrados constitucionales que crean una jurisdicción especial, una comisión de la verdad y en electores de jueces nacionales y extranjeros, así sea indirectamente. Firmado el acuerdo Santos-Farc todo lo que se haga en los próximos diez años en materia de inversiones del estado, en modificaciones en la educación, salud, deporte o tecnología, por ejemplo, será cobrado por las Farc como logro y éxito de su influencia política como suscriptora de una “revolución” por tratado que, con gratuidad del que regala el patrimonio ajeno, está registrado en Ginebra y en la ONU e incorporado a la Carta Magna de los colombianos.

Era, en tiempo atrás, el momento de demostrar la validez de un estado firme, generoso en la victoria y negociador de la paz, sin rendición frente a las causas subjetivas del enemigo, que tomó la iniciativa en la mesa de conversaciones y que ahora y en la hora de nuestro destino como nación está convertido en el interventor y el jugador más influyente del evento. Una democracia que tiene dueños en la isla de Cuba y peones en el continente.