Gustavo Salazar

Por: Gustavo Salazar Pineda

Se dispone el viajero, en plena semana santa de 2016, y en compañía de 6 familiares y amigos a darse un periplo de 3 semanas por tierras europeas, aprovechando además, el renacer de la primavera.

La consecución de los tiquetes de avión no es fácil en estos tiempos en que internet ha desplazado en mal momento a las tradicionales agencias de viaje que hacían más íntimas y humanas las ansias de una aventura viajera.

Monopolista del mercado de billetes de avión como es despegar.com, comete abusos con los usuarios del transporte aéreo, lo que impidió el cambio las últimas semanas del tiquete de un compañero de viaje que se enfermó.  La compañía alemana Lufthansa, bien estricta y poco flexible con esta circunstancia fortuita que nos obligó a un pretendido como frustrado cambio de tiquete, fue intransigente y quiso vendernos una plaza más en avión en que viajábamos los integrantes del grupo por un precio 4 veces igual al valor real del mismo, lo que constituye un abuso desmedido de la aerolínea, lo cual no parece importarle y por tanto impedir a la aeronáutica civil de Colombia.

Abordamos el Airbus moderno y espacioso con destino Frankfurt, ciudad famosa por ser un gran centro financiero europeo a la que llegamos después de 11 largas y fatigosas horas de vuelo.  Al arrivar al enorme y concurrido aeropuerto de esta ciudad pudimos notar la presencia excesiva de trabajadores peruanos y venezolanos en el país teutónico.  Tal circunstancia nos motiva nuevamente a reflexionar sobre la difícil situación que deben vivir y padecer miles de suramericanos que viajan al viejo continente con la idea de mejorar su situación económica como la de sus familiares.

Realmente se torna difícil para un hispanoamericano tomar la decisión de emigrar a un país en el que sus gentes frías, distintas y no propiamente amables y corteses, con un complicado idioma y modo de vida con mentalidad cuadriculada.  Solamente las dificultades económicas en su país de nacimiento motivan a quienes toman la valiente decisión de cambiar su entorno por una cantidad de euros que tampoco puede calificarse de excesiva.  Pensando en estas desdichadas personas o refugiados económicos, abordamos otro avión de Lufthansa que nos conduce a la preciosa, amable, cosmopolita y alegre Barcelona.  Apenas hemos abordado el taxi con 6 cupos cuando la amable conductora, barcelonesa con raíces andaluzas, hija de emigrantes, tan común en Cataluña, nos inicia una conversación amable y alegre que nos hace sentir en casa.  Nos conversa la conductora acerca de un tema que mucho preocupa a los trabajadores del transporte público de taxis en España: el valor desmedido de la licencia para operar el servicio público, que sobrepasa los 500  millones de pesos colombianos, lo que es un despropósito en cualquier país.  Circunstancia injusta que nos invita nuevamente a pensar que nos encontramos con la ciudad del mundo que alberga el equipo de fútbol más poderoso del planeta, pero que a la vez promueve una vulgar y enorme diferencia de salarios, pues mientras millones de españoles trabajan arduamente al mes por mil euros, los Messi, Suárez, los Iniesta y otras figuras rutilantes del Barca se embolsan decenas de millones al año.  Muestra más emblemática de la desigualdad laboral y social mundial, no puede ofrecerse en la España en crisis del siglo XXI.

La situación desigual y asimétrica probablemente no es percibida o si lo es poco le importa a los millones de turistas que cada año visitan la preciosa ciudad que atrae por su encanto y por su poderoso equipo de fútbol.

Barcelona cambió desde hace 5 lustros cuando fue remodelada para los juegos olímpicos de 1992.  Desde entonces es una moderna y turística urbe importantísima de Europa, epicentro de vuelos para el mundo entero con precios muy asequibles a cualquier viajero.

La semana mayor y las dos que le siguen nos dieron la oportunidad de renovar nuestra admiración por el pueblo español.  No obstante el materialismo desbordante que aqueja al mundo occidental y a pesar de la avasalladora ola tecnológica  cibernética que arrasa con la vida simple, sencilla y descomplicada del habitante del planeta en el tercer milenio, son centenares de miles de españoles, dentro de los que destacan los andaluces, quienes se entregan con devoción y pasión laicas y religiosas a gozar de la semana santa.

Bienaventurado el pueblo de la península ibérica que sin pasar su mejor momento económico y muy a pesar de una forma de vida moderna basada en la tecnología y las comunicaciones, hace una pausa en su vida para seguir la tradición de ser un pueblo religioso, alegre y gozador de la vida.

Pudimos los viajeros disfrutar de la otra Europa, de la otra España, la religiosa, pero también la mundana a la que han cantado con belleza musical inusitada el grupo musical Mocedades y el poeta de la canción, el catalán Joan Manuel Serrat.

La España de las procesiones, de los atuendos de los costaleros similares al del grupo norteamericano Ku Kus Klan, la de las saetas y tambores de Andalucía y Aragón, pudimos degustarla en la hermosa y apacible ciudad del río Ebro, la bella y a la vez ciudad de Zaragoza.

Vivir la semana santa en esta ciudad nos recogió y nos devolvió la esperanza de vivir un mundo distinto y mejor al que nos está acostumbrando este despiadado y vetusto sistema capitalista en las selvas de cemento y cementerio de vivos que son las ciudades principales del mundo, en estos tiempos.

De la idílica España musulmana, mora y andaluza, habremos de hablar en la próxima columna.