Gustavo Salazar

Por: Gustavo Salazar Pineda

La iglesia católica, que fue dominante durante muchos siglos en la época feudal, devaluó al máximo a la mujer y sus encantos, la consideró aliada con el diablo y perversa con el hombre.  Según la concepción católica, la desgracia del hombre arrojado al paraíso fue producto del comportamiento de Eva.   Esta subcultura de la devaluación, de la desconsideración con la belleza femenina, el erotismo, la sensualidad, conlleva a un menosprecio y a una subestimación de los encantos de la mujer.  Un don peligroso, no un patrimonio valioso, consideró la iglesia católica la belleza de la mujer, de allí que aun hoy son millones de hombres que estiman inmoral e indigno que la mujer explore sus atributos.   Los hombres más que preferirlas rubias, las quieren hermosas, sensuales, buenas amantes, excelentes esposas e inmejorables madres, y los más descarados las desean gratis, que no les cueste nada y a la que pide remuneración directa las llaman putas y a las que indirectamente buscan recompensa por sus encantos físicos y espirituales, aprovechadas o interesadas.

Todo un complejo arte constituye realizar la belleza por parte de una mujer, mucha energía, bastante dinero y demasiado tiempo gastan ellas en verse bellas, atractivas e irresistibles y muchos hombres hay que ni siquiera las halagan con palabras ni valoran todo ese arsenal de cosméticos, artilugios y accesorios que utilizan.  Creen los muy arrogantes e ingenuos machos que tales dones físicos no cuentan y que la mujer ha de amar al hombre solo por su físico; la juventud masculina actual cada vez es menos considerada, educada y halagadora con las jóvenes mujeres de estos tiempos.

Es equivocado pensar que solamente la mujer mundana y citadina que hace del arte de ser mujer un bien supremo, debe valorar su atractivo físico y su encanto y que las otras han de ser abnegadas mujeres del hogar; la belleza física no es incompatible con la moral, ambas se complementan e integran un gran patrimonio inestimable de la mujer, y sacar provecho y lucro a tal belleza no es inmoral, por el contrario, representa un acto de inteligencia.   Es legítimo el interés de la mujer en explotar y sacar buen provecho a su belleza y derivar ventajas de sus atributos y dones personales.  La sociedad actual hipersexual y extremadamente dependiente de la belleza y el atractivo físico debe aceptar que hombres y mujeres tienen el legítimo derecho a explotar sus encantos personales.  Es un hipócrita o un ignorante el que piense lo contrario.  El Renacimiento permitió que la devaluación de la belleza femenina y los encantos de ser mujer no fueran considerados inmorales cuando se exhiben o cuando de ellos se extrae un lucro económico.

En este siglo XXI la belleza, la elegancia y el carisma son atributos que explotan modelos, artistas, hombres de negocios, empresarios y deportistas; los futbolistas yo no solo son excelentes con el balón, sino marcas que valen  millones de dólares.  Ronaldo, exhibiendo su trabajado cuerpo cobra millones de euros por un comercial; qué hay pues de malo que mujeres bellas hagan lo mismo o utilicen sus encantos para hacerse a un marido multimillonario.   Los bellos e inteligentes gustan a la sociedad, atraen a las musas, ejercen una influencia que anima el espíritu humano y eso, hoy más que nunca, representa un gran patrimonio digno de ser recompensado con dinero.

Mujeres honestas, dignas, con principios morales valen mucho y deben ser respetadas y admiradas; pero también hay que aceptar que un cuerpo atlético y escultural merece ser apreciado y recompensado.   La publicidad moderna impulsa una gran cantidad de productos por medio de mujeres y hombres con encanto y nadie debe pensar que la venta de lo físico sea un acto de prostitución.   Millones de mujeres de hoy y también hombres han aprendido que el ejercicio físico y el tener una figura atlética sirven para acceder a un buen puesto.  El atractivo sexual, la imagen personal y la buena vestimenta son indispensables para explotar válida y legítimamente en hombres y mujeres.  Antaño solo valorábamos el capital humano representado en estudios, aptitudes intelectuales, don de gentes, experiencia laboral y otros complementos de la personalidad.  Actualmente empezamos a reconocer el valor inconmensurable de lo físico y de lo sensual, esto es, del patrimonio erótico que los homosexuales reconocen en los hombres y los machos en las mujeres como prenda personal que permite un buen vivir.    Los beneficios económicos que representa un buen cuerpo y una figura atractiva son cada día mayores en ambos sexos, dado que en el pasado se consideraba indigno extraer provecho material a la belleza, al menos porque en el caso de ellas con su belleza han dominado a los hombres, que a su vez creen haber dominado el mundo.

El feminismo radical ha llamado mujer cosificada a la que sabe valorar su belleza y su sensualidad, esta batalla moral ilógica e injusta la está perdiendo este grupo de mujeres radicales contrarias al patriarcado que tanto daño ha causado a la humanidad impidiéndole un vivir venturoso y gozoso.