Jorge Gómez Gallego

Por: Jorge Gómez Gallego

Un saludo muy especial a todos los que quisieron y pudieron asistir a este homenaje, para quienes lo organizaron, para mis compañeros de la mesa principal, especialmente a las hermanas del Maestro que representan a toda la familia.

Hay conductas de los dirigentes que marcan diferencia, le dan personalidad y a la vez definen un estilo propio a los proyectos que encabezan. El asunto que es bueno dilucidar en el caso que nos ocupa, es qué tanto peso específico ha tenido la coherencia, la correspondencia entre el pensar, el decir y el hacer de un dirigente como Carlos Gaviria en el hecho notorio de que la izquierda colombiana haya salido de la marginalidad en los últimos 10 años.

Si se hace una pequeña averiguación acerca de la presencia de las distintas vertientes de la izquierda colombiana antes de la última década, encontramos que los guarismos electorales nunca pasaron de ser cifras que cabían en lo que los encuestadores llaman “el margen de error”. De obtener una votación equivalente a cifras entre el 2 y el 10% en el mejor de los casos hasta el 2006, pasamos al 22% y en las últimas presidenciales llegamos al 15%.

Y si bien el único rasero para medir la influencia de la izquierda no es el resultado de certámenes tan corruptos y manipulados como son los comicios en Colombia, un salto tan portentoso en menos de dos lustros debe decirnos algo a quienes practicamos y desde luego analizamos la política.

Y aquí es donde, creo yo, entra a jugar el factor de la coherencia que caracterizó a Carlos Gaviria. La derrota que le infringió a Horacio Serpa en 2006 tiene también que decirle algo a la dirigencia política y polista. Serpa, el típico político líquido que adopta la forma del recipiente que lo acoge, no pudo encarnar la oposición a Uribe en su reelección. ¿Por qué un político con aparato, con larga trayectoria en la vida pública y que aparentaba ser oposición a Uribe no pudo ganarle a una especie de anticandidato como se proclamaba el Maestro?

Para mí la respuesta es evidente: mientras el primero había sido un experto en la connivencia con los mandamases de la política tradicional y los grandes poderes económicos, manteniendo una fachada socialdemócrata y aparentemente izquierdosa y había practicado una oposición cosmética al dueño del Ubérrimo, Carlos Gaviria no solo nunca cohonestó con los gobernantes de turno, sino que basó su campaña en un ataque consistente, frontal y serio, tanto a los métodos tramposos y autoritarios de Uribe, sino al contenido de su política, a los intereses de clase que representaba y representa.

Hoy, cuando el Maestro Gaviria se despidió para siempre, todos a una, desde los voceros del establecimiento en todos sus matices, los  académicos acuciosos y honrados y los que no lo son tanto, el periodismo serio y el fletado, los dirigentes políticos de la izquierda en todas sus vertientes, han abundado en elogios y lisonjas. Nadie se ha atrevido siquiera a proferir algún término destemplado o descalificador contra quien fuera la mayor insignia y portaestandarte del POLO y de la izquierda democrática.

En todas las expresiones, en las sinceras y las simuladas, hay un común denominador, una especie de unanimidad acerca de cuál fue la característica principal de su fructífera vida: la coherencia, la firmeza de sus principios y su indiscutible posición ética frente a la vida. Sin embargo, en vida, sufrió ataques justamente por eso, ataques que provinieron incluso de personajes que alguna vez militaron en el POLO. Se le calificó en forma peyorativa de radical, intransigente, obstinado.

El último acto de coherencia, que de un lado lo pinta de cuerpo entero y de otro envía un mensaje de cuál debe ser la actitud de los polistas en determinadas circunstancias, fue la renuncia a la Comisión para la Auditoria Ciudadana de los Tratados de Protección Recíproca de Inversiones y del Sistema de Arbitraje Internacional en Materia de Inversiones, CAITISA, sucedida el 28 de noviembre de 2014, 130 días atrás.

Carlos Gaviria fue invitado a hacer parte de esa Comisión, creada por el gobierno del Ecuador para evaluar los efectos de los tratados bilaterales de inversión y las posibles salidas constitucionales para que ese país se quitara esa especie de bozal que las potencias imperialistas han colocado a buena parte de los siendo  países latinoamericanos.

Carlos Gaviria renunció porque consideró que su papel en ella era una especie de pantomima, ya que los resultados de la auditoría, a punto de concluir, se estrellaban con dos hechos que convertían en letra muerta las recomendaciones que salieran de allí. De un lado la decisión errada del gobierno de Correa, a juicio de Carlos Gaviria, juicio que comparto plenamente, de suscribir un TLC con la Unión Europea, lo que restringía al máximo la posibilidad de adoptar decisiones soberanas y de otro la negativa del mandatario ecuatoriano para proceder a la denuncia de varios tratados bilaterales de inversión que igualmente afectan en materia grave el posibilidad de avance en el proceso de conquista de la plena soberanía nacional del Ecuador, indispensable para la obtención de la equidad.

Voy a leer la parte final de la carta, para que ustedes juzguen el alcance de su firmeza y coherencia: “Hoy, para mí, el panorama es aun más claro: el Gobierno verifica que el ámbito de acción soberana se ha reducido tanto que casi se ha extinguido, y que la más acendrada voluntad política debe rendirse ante la tozudez infinita de los hechos.

Entiendo perfectamente la situación que usted enfrenta, señor Presidente, pero la mía es diferente: apelando a la dicotomía weberiana, usted debe actuar conforme a una ética de la responsabilidad, que es la que incumbe al gobernante. Yo, en cambio, que no tengo esas funciones, puedo seguir actuando según la ética de la convicción, que es la que ha guiado mi comportamiento durante tantos años, y ella me dice que no debo contemporizar con situaciones fácticas que no por irresistibles son menos dignas de censura”.

La ética de la responsabilidad a la que se refiere el Maestro en su carta, es la del cumplimiento de compromisos internacionales que amarran a Ecuador y le están frenando en este momento la posibilidad de seguir avanzando en el camino emprendido desde que la coalición que encabeza Correa llegó al poder en nuestro vecino país.

En la lucha política, la estrategia y la táctica deben corresponderse enteramente, aunque una de ellas, la estrategia debe permanecer inmutable durante largos periodos, la otra, la táctica, puede cambiar con mucha frecuencia, dependiendo de la correlación de fuerzas y del estado de ánimo de las masas. Pero los cambios en la táctica no pueden corresponder a renuncias en los objetivos estratégicos. Tienen que ver con las formas de lucha, las intensidades, los avances y las retiradas, pero jamás con el cambio del punto de llegada.

Quienes aspiramos a ser actores de la transformación profunda de nuestra sociedad, no debemos perder nunca ese objetivo, objetivo que nos aleja de forma tajante de quienes tienen como misión en este mundo el mantenimiento del statu quo. Eso lo entendió y lo practicó Carlos Gaviria de manera admirable. Y esa práctica lo encumbró a la cima en la que terminó su fructífera existencia. Y esa práctica, la de no perder el rumbo, la de mantener siempre la mira puesta en el objetivo supremo, fue la que permitió que le debamos a Carlos Gaviria su enorme aporte para que la izquierda dejara de ser una fuerza marginal.

Hoy, además de rendirle tributo por su legado, debemos comprometernos a empuñar con fuerza el timón y no perdernos en esa especie de hipnosis  en la que Santos quiere introducir a los colombianos,  la cual consiste en hacer creer que todos los males están en el conflicto armado y por consiguiente, todas las soluciones aparecerán como por ensalmo en el posconflicto.

El homenaje por una vida única y ejemplar, el agradecimiento por haber posicionado a la izquierda colombiana son válidos y están al orden del día. Pero ahora lo que nos corresponde a quienes le sobrevivimos y tenemos cargos de responsabilidad en el POLO, partido que está llamado a estar al frente de las grandes gestas que el pueblo colombiano libra y librará en pos de la conquista de la plena soberanía y de una sociedad verdaderamente democrática y equitativa, es a arreciar nuestro accionar para que el pueblo colombiano no caiga en la celada que los “juanmanueles”  le están tendiendo.

Debemos apoyar el proceso de paz sin reservas, pero ese apoyo no puede pasar por mirar para otro lado mientras avanza la más profunda crisis económica en muchos años, crisis que el gobierno tratará de hacer caer sobre los hombros de los ciudadanos de a pié y al tiempo que se profundizan las medidas de la recolonización neoliberal.

COMPROMETÁMONOS A SEGUIR SUS ENSEÑANZAS Y DEMOSLE UN ENORME APLAUSO A LA VIDA Y OBRA DE CARLOS GAVIRIA DÍAZ.