Por: Javier Rodas

Hace pocos días volví al barrio en el que crecí y en donde por primera vez me enamore. Fue de una rubia legitima, una nena de quince años. La casa de crianza se mantiene en pie, un poco más apretujada, pues el suburbio ha cambiado en cuestión de construcciones y posesiones. En la tienda de don Joaquín, hombre sencillo y pulcro, recordé los juegos, los amigos, los diciembres, los días felices que transcurrían sin nada que temer.

En el devenir de la tarde, uno a uno de los amigos se dejaron ver en la tienda. Como si se tratara de un ritual, los amigos de infancia nos estrechamos la mano y el abrazo reconfortante de la amistad no se hizo esperar. La violencia exterminó para siempre muchos de los otros amigos con los que jugábamos y salíamos, como premio a la asistencia de la novena católica de aguinaldos, a buscar el niño Jesús, todos los veinticuatro de diciembre, cuando doña María (mi mamá) escondía en el morro, un muñeco en pañales. Hoy ese morro, que era un cementerio a finales del siglo XIX, se transformó en una urbanización, quien lo creyera.

La subcultura del narcotráfico de finales de los ochenta y comienzos de los noventa, casi acaba con la población joven del barrio. El reclutamiento de jóvenes del barrio en bandas de milicianos y paramilitares dio al traste con la esperanza de proyectar una vida para la felicidad. Muy pocos jóvenes servían de referente ético para los demás: la chaqueta de cuero en ese entonces, la discoteca en las Palmas y tener una novia que estuviera bien buena, eran las exigencias para acceder a la hombría y el respeto. Estudiar en la escuela, pensar en ingresar a la universidad no servía de nada, lo inmediato era dejar de ser pobre, ganar dinero y respeto a como diera lugar. Eso era lo importante.

 

Paradójicamente, el suburbio vivía en carnaval. El fin de semana la rumba, en algunas casas se amenizaba con la salsa de Blades, Papo Luka, Ismael Rivera:

Es tarde, ya me voy, mi negrita me espera, hasta mañana porque cuando salí, dijo negro no tardes en la ciudad… Déjenme irme que es muy tarde ya…

De un momento a otro, resultamos escuchando: no te desanimes matate. Matate mi amigo, matate. También se escuchaba a Sepultura, y otras bandas metaleras. Kraken era pura caspa, se escuchaba decir. Pareciera que El fuego secreto de Fernando Vallejo saliera de las historias del suburbio. Esa era nuestra supuesta identidad.

Alguien intentó enseñarnos, en plena sede de la acción comunal, sobre la nobleza de la raza antioqueña. Monedita un parcerito, dijo: que si entonces había que sentirse orgulloso de Pablo escobar. Eso fue muy loco. Nos reímos mucho ese día. Los que dicen ser políticos hablan de otras cosas menos de lo que les ha tocado vivir. Los que dicen ser políticos no hablan de su vida como experiencia, hablan de un imaginario, no transmiten su humanidad. La convicción como valor del ideal tiene su asiento en la experiencia de vida.

Es poco probable sacar una empresa moral adelante, como buscar el bienestar de la comunidad, por ejemplo, si no estoy convencido de tal encargo. La experiencia de vida en lo social, te da la certeza de tu convicción. Volver al barrio me reafirma en todo momento, la convicción para continuar con esa exigencia de mi espíritu: qué hacer por el otro desde lo político. Eso demuestra que lo político se ejerce en el campo de las realidades políticas, es decir, compartiendo con el otro y por qué no, padeciendo lo que padece el otro con el fin de encontrar soluciones verdaderas.

Los griegos antiguos por supuesto, en el ejercicio de la política presuponían dos cosas esenciales: primera, que las personas políticas poseían la virtud y gobernaban su propia vida y la segunda, que las personas políticas convivían con las realidades sociales.

Lamento mucho lo que sucede en nuestra amada ciudad. Esta pesadilla continúa y lo peor es que la situación es atavica, hasta el punto de pensar que la violencia hace parte de nuestra identidad.

¿Qué tenemos para decir, para hacer? No puede ser que lo mínimo sea no matar a nadie para que eso sea lo máximo que hagas por el otro. No soy quien, para pasar como un cuestionador moral. No faltaba más.

Simplemente propongo que cada quien vuelva a donde tenga que volver y recupere lo mejor que posiblemente haya perdido y lo comparta, en beneficio propio, y disfrute del otro. Eso es actuar políticamente.

Es quizá dar pequeñas dosis de felicidad antes de pedir votos en las urnas.

Seguiremos expectantes,

Juicio y Patria.