Por: Jaime Jaramillo Panesso

Formar y entrenar a un oficial de la Fuerza Pública colombiana, durante una larga carrera profesional de 35 o 40 años activo en las filas, cuesta 3.200 millones de pesos mal contados. Eso tiramos por la ventana cada vez que el gobierno corta cabezas de generales que aún conservaban capacidades para terminar su turno en las bajas normales de relevo ordinario. La preparación tecnológica de un oficial del Ejército o de la Policía es el plus más valioso que adquiere ese ciudadano, con mayor razón cuando pertenece al arma de Inteligencia.

Las guerras o los conflictos armados que tanto adornan la especie humana, no obstante el crecimiento de la civilización democrática, no dependen de los militares en su resolución, sino de los civiles. La diferencia que separa a los ejércitos de Alejandro o de Darío en la antigüedad con los de hoy son tan notables como son diferentes la escritura en papiro o en el teclado de un computador. El territorio sigue siendo un elemento importante en su dominio y conocimiento, y debe ser ocupado y mantenido por la infantería. Pero en la medida que se moderniza la aviación y los cohetes teledirigidos, las guerras se hacen desde el espacio atmosférico y se consolidan en tierra con la artillería y la infantería. En el caso colombiano viene ocurriendo de esa forma de manera ascendente. De ahí que la guerrilla haya tenido que cobijarse en las selvas, un terreno que les permite sobrevivir, pero no crecer y menos triunfar. Lo grave para las Farc es quedan aislados de la población que dicen interpretar. Para suplir esa carencia las Farc ha desarrollado un partido clandestino el PCCC o PC3, Partido Comunista Colombiano Clandestino, con milicias y militantes en las ciudades, sin desmantelar el viejo Partido Comunista que aún se expresa en el periódico VOZ, hoja parroquial supérstite de lo que fue el padre putativo de la guerrilla. Nuestra democracia ha sido tan manilarga que no ha ilegalizado a este partido, cuando todos sabemos que tiene cordón umbilical con las Farc. Otra cosa le hubiera sucedido, por ejemplo, si fuera en España.

El Ejército de Colombia, como bien lo sabemos, tiene varias unidades macro que se distinguen por el mando, sus límites territoriales, sus insignias y su capacidad de fuego. La infantería ha sido, por razones históricas de su nacimiento, el arma más desarrollada y de mayor cubrimiento. Por lo tanto sus oficiales y su tropa llevan sobre sus hombros la mayor responsabilidad en el combate antiguerrilla. La Fuerza Aérea, FAC, ha sido el arma que ha crecido con menos impulso, aunque en los últimos años se destaca por una intervención decidida que rompió los cánones utilizados hasta un cercano ayer. La aviación quebró la correlación de fuerzas y abrió el boquete de la ventaja comparativa. En otras palabras, con la Aviación del Ejército y la Fac desapareció del lenguaje y de la sala de crisis el término “empate” con que las Farc se pavoneaban en los círculos internacionales del “imperialismo humanitario”, es decir, de la Onu, de las ONG, de Suecia, Noruega, los partidos exmarxistas pintados de verde europeos y por supuesto en el Foro de Sao Paulo.

La Armada Colombiana fue, hasta hace una década o más, compañera inseparable del reinado de Cartagena. El pais la conocía por los edecanes primorosos que cuidaban las reinas para que los piratas no las tomaran como rehenes y para que los negros palenqueros no las confundieran con la reina y princesas españolas de la colonia. La Infantería de Marina se hizo no a la mar, sino al agua dulce de los ríos fronterizos y cumple un papel vanguardista en la soberanía sobre esa vías que estuvieron en manos de los traficantes de armas y del polvo blanco que ensucia el alma.

Al fortalecerse la Inteligencia, el mapa de la agresión terrorista se encogió. No era sanforizado. El DAS andaba detrás de los pasaportes, de los inmigrantes, de escoltas y toda una revoltura que le costó la vida. La Inteligencia de la Fuerza Pública, o sea del Ejército, la Policía y demás armas alcanzó las más altas metas de victorias sucesivas que no vamos a señalar porque el país las conoce. Y cuando esto sucede  aparecen los lunares, los cortes de franela en las chaquetilla militares, los rumores de contradicciones al interior de las Fuerzas Armadas, los movimientos alocados en la caja de cambios del blindado presidencial. Como en la macabra historia de Holofernes, se ponen las cabezas de altos mandos en la picota pública, probablemente con algunas razones purificadoras, mientras ríe el Fiscal General en el monte alegre, mientras en la frontera venezolana arden los pastos y la sangre del Arauca vibrador y para completar este cuadro dramático y lleno de falsa prosperidad, en la Habana cantan la Internacional, un himno que bien lo saben los hermanos Santos Calderón, cuando hace cincuenta años en América Latina creíamos que Fidel Castro era un demócrata que sabía disparar contra la dictadura.

“No estamos solos”, gritó una vez el primer astronauta que salió de su máquina celeste enviada desde la tierra. Cuando salió y no vio nada distinto a su cápsula espacial, dijo: “Si estamos solos”. Y se echó a dormir. Es posible que sigamos solos con generales tímidos recién llegados. Pero no estaremos solos mientras existan los coroneles y los mayores, los capitanes y los tenientes que todavía no han aprendido a poner zancadillas y saben lo que estar en terreno, cosa que si saben mejor los sargentos y los cabos. Porque en la Fuerza Pública o sea en las Fuerzas Armadas si hay lucha de clases, aunque no son marxistas. Lucha de clases por los diferentes ascensos.