En estos tiempos de ruido preelectoral, los colombianos “In” –inteligentes, interesantes, calificados e inmanipulables, como los que son internautas y televidentes de Sinergia Informativa y ClickCracia de ElCanal.co y Cable Plus del Oriente– tienen que volverse a preguntar sobre el tipo de liderazgo que necesita el País. Porque debe quedar muy claro que no basta con aspirar a la Presidencia de la República, es determinante que quienes lo hagan demuestren  con qué atributos éticos, institucionales y democráticos pretenden ejercer ese liderazgo.

La mayoría de políticos y gobernantes cree que el liderazgo depende del cargo que ocupa, del incienso que le riegan sus turiferarios subalternos, del volumen de los aplausos cuando dicen cualquier cosa o de la cantidad de likes y retuits en las redes sociales en las que sus mismos turiferarios compiten con los bots que también ellos mismos pagan. El liderazgo se mide por la calidad ética, intelectual y humana de sus decisiones y por el impacto que éstas tienen en la vida colectiva.

¿Quién de los precandidatos a la Presidencia de Colombia (Y debería también aplicarse a los candidatos a Senado de la República y Cámara de Representantes) tiene legitimidad ética? O sea, ¿Quién predica con el ejemplo? ¿Quién es coherente en su vida privada y pública con los principios y valores que proclama? ¿Quién no justifica sus decisiones y sus acciones por conveniencia o por cálculo electoral?

¿Quién de los precandidatos tiene la capacidad de escuchar, incluso, lo que no le gusta? ¿Quién incorpora a sus decisiones y acciones las críticas razonables y demuestra que la deliberación lo fortalece y no debilita su autoridad?

¿Quién, realmente, tiene visión de largo plazo y piensa en el impacto futuro de sus decisiones, aunque le implique costos políticos inmediatos?

Ese precandidato o candidato presidencial o legislativo, ¿es capaz de asumir errores, de dar explicaciones, de corregir el rumbo, sin evadir su responsabilidad?

¿Es capaz de tomar decisiones difíciles, aunque no le agraden a la opinión? ¿Decide con criterio, con información y a consciencia, pese a lo impopular que pueda resultar?

En fin, hay que hacerse preguntas sobre si respeta la Constitución y las leyes; las reglas, las normas y las instituciones; sobre su nivel de humanidad, de empatía y de sensibilidad social; sobre el trabajo en equipo y la capacidad de delegar; sobre la humildad intelectual, política e ideológica… Y para dejar aquí la larga y difícil lista de características de un verdadero líder, hay que preguntarse por la decencia y la transparencia de ese que pretende hacerse elegir para guiar, desde el Ejecutivo o el Legislativo, el devenir de Colombia.

Claro está que la inmensa mayoría de colombianos no tiene tiempo ni ganas de hacerse y responderse todas estas preguntas, para decidir inteligente y responsablemente quién deber ser el verdadero líder al que le entregará su voto de confianza.

Esa inmensa mayoría prefiere la rapidez de no pensar y tomar el atajo emocional y pasional, con el riesgo de equivocarse. Sin embargo, hay otra buena cantidad de colombianos inteligentes, interesantes, calificados e inmanipulables que sienten la obligación moral de preguntarse y responderse, para decidir bien, porque saben que ellos, su familia, sus amigos y la sociedad mejor que se imaginan, se lo merecen.