Por: Margarita Restrepo
Hace unos días, el portal Los Irreverentes publicó un artículo que al leerlo produce angustia e indignación. De acuerdo con la nota en mención, el jefe guerrillero del Eln, Felipe Torres, elaboró un documento en el que pone de manifiesto una suerte de pacto criminal celebrado entre la Farc y el Eln en virtud del cual los primeros harán política legal mientras que los segundos, desde la clandestinidad los apoyarán a través de acciones terroristas, poniendo en marcha una nueva expresión de la nefasta tesis de la “combinación de todas las formas de lucha”.
Cuando en los próximos meses se suscriba el acuerdo de paz y “Timochenko”, Márquez”, “Joaquín Gómez”, “Sántrich” y demás hierbas del pantano se conviertan mágicamente en líderes políticos, borrando por decreto su pasado de genocidas, la política colombiana girará indefectiblemente entorno a dos vertientes antagónicas: el uribismo y el partido político Farc.
Expresiones como La U, el liberalismo y otras colectividades que se concentran en aspectos menores de la política pasarán a un segundo plano. El mismo “Polo Democrático” será desplazado por quienes irrumpirán como los nuevos “amos de la izquierda colombiana”.
El Centro Democrático, será el muro de contención. Tendrá que consolidarse como la colectividad que represente el sentir de ese altísimo porcentaje de la sociedad que se opone a que nuestra democracia sea puesta al servicio de los intereses de un grupo de personas con un importante número de crímenes de lesa humanidad a cuestas.
Finiquitado el proceso de paz, eso que llaman “santismo” o “unidad nacional” desaparecerá de la escena. Santos tendrá el sol a cuestas, su gobierno dejará de llamar la atención de los ciudadanos. Con 6 años en la presidencia, no hay un solo elemento en la agenda política nacional que tenga vocación de permanencia o al menos de trascendencia: no hay política económica, no hay política social, no hay política exterior. Lo único que medio funciona es la infraestructura y ella está en manos del vicepresidente Vargas.
Una cosa es lo que Timochenko y Santos firmen en La Habana y otra muy distinta es la aplicación de dicho acuerdo. Tardará años y es ahí donde la oposición debe estar fortalecida, preparada y, sobre todo, enfocada en impedir que el desarrollo normativo del acuerdo de paz se convierta en efecto, en la entrega de la República a los terroristas de las Farc, a partir de ahora disfrazados de impolutos líderes de la política nacional.
Nos corresponde a los uribistas ampliar nuestro espectro, convocar nuevos sectores, atraer otras tendencias. El nuestro, más que un partido, deberá ser el reflejo de un sentimiento de frustración, pero también de lucha democrática. Los que desde La Habana abonan el terreno para la claudicación de nuestro Estado, no la tendrán fácil: al frente encontrarán a un muy nutrido grupo de ciudadanos, tal vez la inmensa mayoría del pueblo, que añora la paz, pero sin necesidad de entregar en bandeja los valores republicanos.
La emulación política será entre el bloque de quienes nos oponemos a que el gobierno y la representación política sean ejercidos por personas que no respondieron por sus crímenes, que no repararon a sus víctimas y que tienen sus manos manchadas de sangre y de cocaína y las nuevas estrellas de la izquierda, esos que hace unos meses reclutaban niños y hoy se toman alegres fotografías con el secretario de la ONU.
Santos podrá ofrecerle toda la impunidad que quiera a la guerrilla y designar como padrinos de aquello a Castro, Maduro y Ban Ki-Moon . Todo ello es muy cierto. Pero las leyes de impunidad y punto final, temprano o tarde terminan cayéndose, dejando a merced de la justicia a los responsables de las atrocidades cometidas. Así mismo, la cúpula de las Farc que hoy se siente victoriosa –y tiene motivos de sobra para aquello- tendrá sobre su cabeza una cuenta pendiente con los tribunales de justicia norteamericanos que, pase el tiempo que pase, la continuará esperando para que responda por narcotráfico, secuestro y homicidio de ciudadanos estadounidenses.
En este momento, Santos y Farc están de fiesta, mientras millones de colombianos estamos con el corazón contrito, preocupados e indignados por el elevado costo que el Estado ha pagado para lograr un acuerdo con la guerrilla. Lo que resulta más angustiante es saber, como lo dije al comienzo de este artículo, que existe un acuerdo criminal entre las Farc y el Eln. Mientras unos harán política, los otros, con sus fusiles, ejercerán como su brazo armado.