Por: Santiago Londoño

El estudio de la mitología, de las mitologías, suele ser una manera amena, profunda y sistemática de reafirmar nuestra humanidad y de asegurarnos de que, por más que hayan pasado los años, por más cambios tecnológicos, urbanísticos, científicos y geográficos que se hayan dado en el camino de las civilizaciones, seguimos compartiendo con nuestros antepasados las mismas preocupaciones y los mismos problemas centrales. El poder, el amor y el desamor, la forma de gobierno, la relación con la naturaleza, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, la muerte y la justicia son algunos de los temas arquetipos que pasan de generación en generación como relatos maravillosos. Tener un dios, una diosa y unos semidioses interactuando con nosotros los mortales en situaciones complejas nos hace sentir acompañados, esperanzados y, claro está, en cierta medida irresponsables.

Por estos días, y en el contexto del enfrentamiento de grupos de criminalidad organizada en ciertos sectores de la ciudad, se ha repetido incesantemente el nombre de uno de esas figuras mitológicas. Orión, el cazador que vive en la montaña, el hijo de Poseidón (dios del mar) y Euríale (una de las tres Gorgonas en compañía de Medusa y Esteno). El mismo que libró a la isla de Quíos de las fieras que la infestaban con la promesa de desposar a Mérope, hija de Enopión. Ese que luego violó a Mérope cuando sintió que le habían incumplido la promesa y que, como castigo de tan execrable acto, perdería sus ojos a manos del padre de la muchacha.

 

Los que claman por Orión deben saber entonces que el suyo es un temperamento de cazador solitario, que su actuar es el de un mercenario y que no hace caso a dioses o mortales cuando de limitaciones, advertencias o normas se trata. Cuenta otra leyenda que la diosa Gea tuvo que enviar un escorpión gigante para parar a Orión ya que en el curso de una cacería este había decidido matar a todos los animales sobre la tierra.

Pienso ahora: ¿Que tal si en vez de volver sobre el cazador rabioso e insaciable que ya hemos desplegado por nuestros campos y ciudades durante tantos años empezáramos a clamar también por otra divinidad que nos diera esperanza y a la que le encomendáramos recuperar la paz, el orden y la libertad? Los griegos, que conocieron la guerra en todas sus expresiones, que tuvieron que enfrentar enemigos externos e internos y que buscaron la virtud y la belleza incansablemente le dieron cuerpo a esa búsqueda en una diosa llamada Dyké (Dice).

Hija del dios de dioses ,Zeus, y de la diosa de la justicia divina, Themis. Hermana de Eunomia, diosa del orden, y de Eirene, diosa de la paz, Dyké es una mejor candidata para nuestras plegarias de hoy. La justicia es hoy en día, y lo ha sido durante buena parte de nuestra historia, la diosa olvidada, la divinidad faltante.

¿Cómo sería la planeación, el diseño y la ejecución de una Operación Dyké? Cuántos jueces, Fiscales, policias, investigadores, científicos, sicólogos se necesitarían? ¿Cuántas cámaras, cuántos micrófonos? ¿Cómo protegeríamos a los testigos que identificarían a los responsables de pertenecer a grupos criminales organizados? ¿Cómo lograríamos que los responsables de extorsionar, amenazar y asesinar sean investigados, juzgados y luego condenados? ¿Cómo incidir para que aquellos que “de manera arbitraria y mediante violencia contra un sector de la población, ocasionen que uno o varios de sus miembros cambien el lugar de su residencia” sean investigados, juzgados y luego condenados por el delito contra la humanidad llamado “desplazamiento”? ¿Cuántos fiscales y qué cambios normativos son necesarios para que podamos confiscar los bienes y los dineros productos o instrumentos de actividades ilícitas? ¿Cómo asegurar que el delito de porte ilegal de armas tenga un tratamiento que corresponda al actual contexto de la seguridad urbana? ¿Cómo asegurarnos de que una vez capturados y condenados no sigan extorsionando, amenazando y desplazando desde las cárceles?

¿No sería muy importante que a nuestros consejos de seguridad vinieran, además del Ministro de Defensa y del Director de la Policía Nacional, un Fiscal General en propiedad, el Ministro de Justicia y el Presidente del Consejo Superior de la Judicatura (mientras exista)?

Medellín ha ido incluso más allá de sus obligaciones legales al invertir en herramientas para una política criminal efectiva. Para estos 4 años la inversión en apoyo a la justicia, en seguridad ciudadana, víctimas, desplazados, apoyo a población carcelaria , paz y reconciliación, jóvenes en alto riesgo y justicia cercana al ciudadano sobrepasa los 300,000 millones de pesos. En ese esfuerzo se incluyen aspectos tales como: vehículos para la rama judicial, protección para magistrados, tecnología y herramientas para la investigación criminal y nuevas sedes para organismos de seguridad. Lo anterior en el marco de un Plan de Desarrollo que destina el 83% de sus recursos a inversión social.

Tal como lo dijimos en un editorial pasado, “La lucha contra una criminalidad organizada como la existente en nuestro país exige una política criminal de élite”. Como concejal de Medellín, cómo abogado y magíster en derecho internacional y derechos humanos y como ciudadano preocupado por la convivencia y la paz de nuestra ciudad invito a los ciudadanos para que juntos pidamos una “Operación Dyké” en todo nuestro territorio. Necesitamos una ofensiva contra la criminalidad organizada pero desde la justicia. Las acciones con corte exclusivamente policivo o militar son de impacto inmediato y coyuntural y en algunos casos pueden permitir abusos pero nunca logran cambios estructurales y duraderos.

El reto que ahora enfrentamos como sociedad es el de instaurar en nuestro territorio un sistema de justicia que proteja, que disuada, que indague, que juzgue, que condene y que resocialice. Para esto necesitamos mucho más que cazadores.