Por: Edwin Alejandro Franco Santamaría
El bienestar o las necesidades que padezca un pueblo en muchas ocasiones dependen de la voluntad de una persona o de varias en otros casos. Naciones y sociedades prósperas hay y lo son porque en determinados momentos históricos quienes han estado al frente de regir sus destinos han entendido que adoptar políticas que tiendan por la satisfacción de las necesidades de la gran mayoría es la mejor determinación que se puede tomar para el momento que viven y para las generaciones venideras. Normalmente a ello le anteceden décadas, cuando no siglos, de personas que han actuado en la misma línea y los gobernantes que llegan continúan con esas políticas que han dado frutos. Existen ejemplos de sociedades sino perfectas, sí muy cercanas al ideal de conglomerado que en condiciones normales cualquier persona desearía tener: gobernantes pulcros, honestos y transparentes; sistemas democráticos con posibilidad de continuidad o de alternancia en el poder, según el caso, pero en cualquiera de ellos siempre para lograr el bien común, en los que existen y se respetan los derechos fundamentales; altos niveles de empleo de calidad, sistemas de salud donde sí importa el individuo, acceso a la educación básica y superior de calidad como a vivienda, muy poca indigencia y pobreza, y en donde la niveles de corrupción y de inseguridad son los más bajos posibles. Alemania, Suecia, Dinamarca, Suiza, Noruega, Austria, Luxemburgo, Bélgica, Holanda y otros más son países donde las condiciones de vida de la gran mayoría, como las acabadas de mencionar, alcanzan unos niveles acordes a la condición de seres humanos.
Las sociedades latinoamericanas lejos están todavía de lograr unos niveles de vida como las de estos países, diversas razones han impedido y seguirán impidiendo que algún día siquiera nos parezcamos a uno de estos países. No en vano las ciudades más peligrosas del mundo se encuentran en nuestro continente y también los países más corruptos, y al parecer, con más gobernantes cuestionados judicialmente o encarcelados; es muy difícil que en donde las personas se estén se matando unas a las otras, pueda haber desarrollos considerables de todo tipo. Aun así debemos abrigar la esperanza, pero sobre todo, trabajar como sociedad, para lograr parecernos en algo a estos países.
Pero así mismo existen gobernantes empecinados en lograr el mayor mal posible a su pueblos, abundan los ejemplos: Nicolás Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua; los hermanos Fidel y Raúl Castro en Cuba, Bashar al Asad en Siria, Kim Jong-un en Corea del Norte, Alekxandr Lukashenko en Bielorrusia, en menor medida Donald Trump en Estados Unidos y Vladimir Putin en Rusia, así como distintos dictadores de países africanos. Cuesta trabajo comprender que en el siglo XXI cuando se ha creído que las guerras, la esclavitud, la persecución por razones de distinta naturaleza, las encarcelamientos sin un juicio con garantías, entre otras situaciones aberrantes de similar naturaleza, eran cosa del pasado, porque debiéramos de haber entendido que de todas estas calamidades que afectan a los seres humanos se debió aprender la lección, pero no, cada vez más se apela a los mismos métodos, porque en últimas quienes los utilizan saben que es el camino indicado para llegar y perpetuarse en el poder y despojar a las personas de los más elementales derechos que les asisten y colocarlos en la disyuntiva de asumir su muerte o su confinamiento en una cárcel o huir de sus lugares de origen abandonado a sus familias o yendo con ellas a experimentar necesidades y penurias.
A lo anterior, se le suma otro mal: la indiferencia de otros países y organismos internacionales, indolentes ante lo evidente e impasibles frente a lo que tienen que hacer. En ocasiones la omisión es peor.
Aciago momento el actual y por lo visto el inmediato futuro para millones de personas.