Por: Jaime Jaramillo Panesso

El próximo 9 de marzo estamos los colombianos convocados a las urnas para elegir a nuestros congresistas que conformarán el poder o la rama legislativa, vale decir, Senado y Cámara de Representantes. El Senado, simbólicamente, es elegido por todos los ciudadanos de la república. Y la Cámara es elegida por los ciudadanos de cada departamento, o sea que representan a las regiones. Al observar el tarjetón donde están las distintas opciones para ejercer el voto, es curioso, por no decir confuso y negativo para la democracia, el sancocho de partidos, movimientos y grupúsculos que se instalan en los comicios, desconocidos para la mayoría de la ciudadanía. Las grandes corrientes políticas tienen su logos o símbolos que las identifican ante la mirada nacional electoral. Dado que la Constitución Nacional del 91 abrió las compuertas para una mayor participación de los ciudadanos, al abrir el tarjetón lo que encontramos es una oferta basada en las razas y no en los partidos o movimientos. En otras palabras, los constituyentes, sin quererlo, establecieron una parcelación del poder legislativo del orden racial que en el fondo es el desorden racial, con graves consecuencias de mantener esa división, que pudo ser transitoria, pero que queda plasmada en los tarjetones electorales. Somos una sociedad racista donde aparecen las etnias multiplicadas a su interior, sin programas ni ideología, posiblemente más interesadas en lograr un umbral que les permita reclamar el dinero según la votación, jugando a la publicidad pasajera y sin concepción de estado nacional.

El tarjetón de SENADO presenta los partidos con solidez en la contienda. Son nueve, a saber: Centro Democrático que tiene como cabeza a Álvaro Uribe Vélez.- El partido Mira, el Conservador, el Polo, Opción Ciudadana, Cambio Radical, el Liberal que dirige el Presidente Santos, la U y la Alianza Verde. Una casilla al final para el voto en Blanco.

 

Luego se encuentra el bloque de la circunscripción especial de la raza indígena con 14 partiditos y la casilla para el voto en blanco. Algunos nombres para asombro de la opinión: Multietnia, Súmate, Mais, DAIN, Opiac, Asi, Ainco, Anic, Yanacona, Comunidad de Barrancón, Opic, Raíces.

El Tarjetón de la Cámara de Representantes para Antioquia permite ver la epidemia de organizaciones, cuasi fantasmales. Los partidos nacionales, por su puesto, ofrecen 11 casillas y una para el voto en blanco. El bloque racial indígena 10 partiditos u organizaciones políticas. Y para total desconcierto el bloque racial afrodescendiente está fracturado en 29 organizaciones.

Salta a la vista que el comportamiento electoral tiene un componente racial muy fuerte y que de mantenerse indefinidamente tiene consecuencias antidemocráticas puesto que la democracia es un sistema integrador e igualitario bajo el cobijo de ciudadanía y no bajo las concepciones raciales.

Ahondemos en esta línea según las razas en Antioquia, donde existe una población de 6,3 millones de habitantes distribuidos así: 5,5 millones de blancos y mestizos, 693 mil afrodescendientes y 158 mil indígenas (emberá katíos, chamí y yobeda, zenúes y los kuna). Por lo tanto, según la concepción racista de la Constitución, los blanco-mestizos , 5,5 millones de habitantes, se encuadran en los partidos nacionales, aunque  muchos no ejerzan el voto. Los indígenas que son 158 mil habitantes se expresarían en 10 opciones y los afros, con 693 mil habitantes en 29 organizaciones, lo que equivalen a 23 mil presuntos socios por cada partidito, una fractura que al momento de las elecciones es infinitamente inocua y de baja representación. Cada familia tribalizada de los afros forma, al parecer, un partido para las elecciones. Un desbarajuste, igual que los indígenas. Pero lo que resulta incoherente con la democracia que tanto cacareamos, es que en el fondo somos racistas electorales.