Por: Eugenio Prieto

Nace, crece y se reproduce en los diferentes ámbitos y niveles del Estado. Se multiplica por estímulos de funcionarios públicos y contratistas privados. Un olor pestilente domina y contamina el ambiente. El diagnóstico, estamos viviendo en un entorno contaminado que nos produce malestar individual y colectivo. Nuestra sociedad está enferma. La causa, un germen llamado corrupción. Demasiado virulento, con alta penetrabilidad, resistente, mutante, capaz de escalar las tímidas barreras sociales, con alta probabilidad de contaminación masiva sino se hacen intervenciones radicales.

Este venenoso germen, socava los valores éticos y carcome los recursos públicos. Sus secuelas quedan esparcidas en todo el territorio nacional. Pobreza generalizada, marginación, exclusión, violencias, persistencia en el subdesarrollo. Para extirparlo, se requiere velocidad, decisión y un bisturí afilado que enfrente cara a cara el monstruoso germen de la corrupción. Los encargados de esta misión: ciudadanía responsable, Gobierno, órganos de control descontaminados y de justicia aséptica que coloquen en aislamiento y en cuarentena el riesgo de diseminación total.

 

Se requiere una sociedad decidida a proponer y ejecutar instrumentos preventivos, a ejercer control y autocuidado, a movilizase para prevenir, controlar y erradicar la no grata presencia de este germen que se ha entrañado en todo el cuerpo social de los colombianos. En esta intervención se debe tener cuidado de no injuriar partes sanas. El germen habrá de mostrarse para que toda la ciudadanía lo identifique y reconozca y esté alerta ante cualquier aparición o intento de reactivarse y mimetizarse.

Para prevenir, proteger y controlar, se requieren instrumentos efectivos; entre ellos, el Estatuto anticorrupción que acabamos de expedir, aunque no es la panacea, es una herramienta que levantará barreras que eviten la fácil filtración del germen; la construcción de una cultura política que garantice la elección de hombres y mujeres probos, sin tacha, para los cargos de responsabilidad en la ejecución y control de los recursos públicos y en las decisiones trascendentales sobre el desarrollo y el destinos de nuestros territorios, del país.

Se requiere una vacuna. Una cultura de control social que bajo la premisa de que los recursos públicos son sagrados, genere una conciencia colectiva para combatir decididamente el germen de la corrupción. Un sistema inmunológico y de vigilancia de reacción inmediata ante alertas tempranas por pequeños síntomas, fiebres ligeras, indicio de un cambio indebido en el patrimonio de personas naturales o jurídicas, gobernantes, funcionarios públicos o contratistas.

Esta vacuna de control social para prevenir, evitar y controlar este virulento germen, debe penetrar todos los cuerpos sociales, ya que ningún sector se escapa al riesgo de ser colonizado. Debemos garantizar coberturas amplias, campañas permanentes, llegar a todos los lugares, utilizar todas las formas de socialización: inyectando, aplicando gota a gota o dispersando en el medio para crear la inmunidad, que significa confianza, cultura política y ciudadana, diligencia para preservar y proteger lo que a todos nos pertenece.

Un control social soportado en una cultura ética política y ciudadana que se construya desde la cátedra familiar, desde la escuela, la universidad, la empresa y los espacios propicios para educar en la responsabilidad y en el cuidado de los recursos públicos para el bienestar colectivo. Un control social soportado en permanentes ejercicios de ciudadanía, buen ejemplo de gobernantes, dirigentes y padres de familia, que produzca barreras de entrada para el aterrador germen de la corrupción.

Podremos tener una sociedad del bienestar en vez del malestar que nos agobia, si no desfallecemos en la eliminación y erradicación del germen de la corrupción. Lograrlo es posible, lo han demostrado los países nórdicos y algunos asiáticos, la clave es cultural, el control social.