Miguel Uribe Turbay, senador de la República y precandidato presidencial

Desde la extrema derecha hasta la izquierda radical, pasando por el centro camaleónico que se ajusta al viento, todos repiten como loros el mismo libreto: “No hay que politizar el atentado”, “No se debe hacer campaña con el miedo”, “Rechazamos toda forma de violencia”.

Pero mientras lo dicen, hacen exactamente lo contrario: Desfilan por la Fundación Santa Fe de Bogotá como si fuera la nueva pasarela del marketing político. No llegan en silencio ni en privado. No: Llegan con comitivas, celulares en modo grabación, maquillaje bien puesto y el discurso ensayado. Hablan de unión nacional, de defender la democracia, de estar “del lado correcto de la historia”, pero basta con raspar un poco el barniz para encontrar lo de siempre: odio, cálculos, mezquindad, cinismo e hipocresía.

En los extremos, el discurso es más predecible que un final de telenovela: la derecha responsabiliza a Petro y sus aliados por haber abierto las compuertas del caos; la izquierda responde acusando al uribismo de victimizarse estratégicamente y de ocultar tras las balas su impopularidad. Y el centro, ese eterno espectador del apocalipsis, se limita a decir que “ambos extremos son peligrosos”, mientras ajusta su peinado para la foto.

¿Dónde queda entonces el verdadero rechazo a la violencia? ¿En qué momento se volvió costumbre convertir cada tragedia en un post con hashtag, en una visita a urgencias con televisor de fondo, en un discurso de ocasión para ganar puntos en encuestas?

El atentado a Miguel Uribe Turbay no debería ser utilizado por oportunistas y populistas. No debería ser parte de la calculadora electoral, ni un insumo para validar teorías de conspiración, ni una excusa para lanzar ataques disfrazados de solidaridad. Punto y no se debería decir más… Pero en este país rico en cinismo e hipocresía, en el que la “tiranía de la ignorancia” de las redes sociales ha incrementado y legitimado la “estupidez colectiva”, lo es.

Por otro lado, quienes no se han dejado dominar por la “tiranía de la ignorancia” ni se han dejado sumar en los grupos de la “estupidez colectiva”, se sienten indignados porque los políticos creen que nadie se da cuenta. Que el ciudadano informado y formado -y, por tanto, inteligente, interesante y calificado- no distingue entre el gesto sincero y el show mediático: entre quienes fingen dolor mientras siembran miedo; posan de demócratas mientras lanzan veneno; y hablan de desescalar el lenguaje de odio y violencia, sin sentir la tremenda viga atravesada en su propio ojo.

Hoy, más que nunca, Colombia necesita coherencia. Necesita líderes que hablen menos y actúen más. Que no usen la sangre como pintura para sus escenografías mediáticas, ni el miedo como plataforma de campaña.

Este lamentable episodio que tiene a Miguel Uribe Turbay debatiendose entre la vida y la muerte, nos deja en claro que para muchos actores de esta ominosa polarización, la violencia no es una línea que no se debe cruzar, sino una egoísta y reprochable oportunidad.