Por: Rubén Darío Barrientos G.
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La bancada de oposición al gobierno, radicó esta semana un proyecto de reforma política que consta de doce artículos. Inmersa en ella, hay dos asuntos llamativos: a) La implementación del voto obligatorio y b) La reducción de la edad para ejercer ese derecho desde los diecisiete años, para 2022, y desde los dieciséis, para 2026. El populista Armando Benedetti, califica la idea de reducir la edad para votar, “como populista”. Cambio Radical, dice que volver obligatorio el voto, “es una propuesta contraproducente”. Un analista foráneo dijo una vez que “votar por votar, carece de sentido”.
La Universidad Gran Colombia, hizo un sondeo entre 25.754 universitarios, de cara a las elecciones presidenciales de primera vuelta en este 2018. Los resultados fueron estos: Por Gustavo Petro, el 48,2% (12.419 estudiantes); por Sergio Fajardo, el 35,8% (9.219 estudiantes); por Iván Duque, el 5,5% (1.429 estudiantes); por Humberto de la Calle, el 5,4% (1.378 estudiantes) y por Germán Vargas Lleras, el 0,6% (149 estudiantes). El restante 4,5% (1.160 estudiantes), apoyó el voto en blanco. Es indudable que personajes como Gustavo Petro, Sergio Fajardo, Claudia López, Iván Cepeda y Jorge Robledo, se identifican con el voto joven porque lo sienten como un aliado.
Es que el ejercicio es muy sencillo: si los universitarios se inclinaron en este sondeo en un 84% por el binomio Petro-Fajardo, es una inferencia obvia que los de edades de más abajo, deberían agolparse en esta misma tendencia. Por ello, no extraña que sean ideas de la oposición las que afloren, a las cuales les anexaron limitar el tiempo en las corporaciones públicas a un máximo de tres períodos y quitarle a la Procuraduría el poder de cercenar derechos políticos, entre otros temas. El gobierno de Santos, presentó al Congreso de la República una nueva reforma política –denominada “para el posconflicto” –, que incluía por enésima vez el voto obligatorio, aunque vía fast track, como entre siete puntos más, la misma que fue archivada en las gavetas congresionales.
Corría el 14 de octubre de 2014, cuando la plenaria del Senado de la República aprobó en segundo debate de la reforma del equilibrio de poderes, la eliminación en la agenda del voto obligatorio. La votación final, fue de 45 votos a favor de eliminarlo y de 29 en contra de suprimirlo. Tiempo atrás, el 9 de julio de 2008, se contempló de manera fallida incluir el voto obligatorio en la reforma política. Este tema ha estado de tumbo en tumbo, sin éxito hasta ahora. Algunos medios, han hablado de que su implementación costaría 1.3 billones de pesos si solo se tratara de una primera vuelta presidencial, pero a lo cual habría que cargarle otro billón de pesos si se llegare a segunda vuelta (lo que es casi garantizado).
Si bien es cierto que la mayoría de países de América Latina cuentan con el voto obligatorio, son Perú y Argentina los que ostentan mayores sanciones por su inobservancia, al prever hasta la pérdida del empleo como castigo. En Bélgica, la figura del sufragio forzoso está vigente desde 1892. Pese a ello, en muchos países las sanciones son de papel o, simplemente, no existen cuando se dé su incumplimiento (ausencia de coerción). En Grecia, no votar impide sacar la licencia para conducir; en Australia, Chipre y Luxemburgo las sanciones son pecuniarias y no faltan los países donde su obligatoriedad es solo para los hombres.
Una vez, un debatiente lanzó su apotegma: “El voto obligatorio es una solución simplista para un problema complejo”. Y otro, acotó: “No es un tema de libertad o de exigencia, el meollo es saber que es una cuestión que gira en torno a la legitimidad proveniente de las elecciones y a la confianza en el sistema democrático”. En Holanda, se eliminó el voto obligatorio bajo el argumento de que sencillamente el voto es un deber cívico.
Ver a todos los que tienen la edad para votar, sufragando, no deja de ser algo apreciable, pero estando en conciencia de que este es un país políticamente inmaduro, donde se vota es contra alguien, o bajo los efectos de la mermelada, o como castigo, o por el más sexy, mucha parte del alud de votos está cargado del vicio de la falta de criterio. Por eso más bien, lo bueno parece inclinarse por el voto libre y voluntario.