Por: Jaime Jaramillo Panesso

Por estos meses recién pasados, se conmemoró el bicentenario de la proclama de Independencia de Antioquia. Y como si fuera una recordación folclórica y no del carácter y personalidad de un pueblo, los estamentos directivos, públicos y privados de la montaña, dedicaron discursos y desfiles a la antioqueñidad oficial, que no enseñan ni da testimonios de nuestros múltiples valores humanos porque son personajes pasados por agua bendita y por el tamiz de la wikipedia aséptica del esnobismo y la  pasarela. Una cobertura en la que coinciden los medios escritos y la televisión regional, los empresarios perfumados y los académicos togados que desfilan como locutores en similitud de los silleteros y carros antiguos. Pero antioqueños habido han que dejaron huellas de su carácter libertario y auténtico.

Circasia, llamada “tierra de hombres libres”, debería ser símbolo de la lucha por la secularidad, el civilismo, la libertad del pensamiento y de la palabra. Fundada durante la gesta de la “Colonización antioqueña” del siglo XIX, que abrió tierras, descuajó montes y sembró a gran escala el café,  Circasia nace realmente en Salento, donde campesinos de Filandia, Pereira y del sur de Antioquia, le compraron un lote a Isidro Henao con el fin de hacer una nueva población. Así de sencillo se entendían los labriegos que iban en la búsqueda de nuevos horizontes. Compraban lotes o se tomaban las tierras baldías para mejorarlas y crear esa clase media rural que unió el país del occidente con el país del oriente, situados a ambos lados del Río de La Magdalena.

Circasia coronó como municipio en 1906 y está habitado por 67.000 habitantes. Pero aquello de “tierra de hombres libres” ha desaparecido de su encanto cultural libertario y solo quedó como una consigna. ¿De dónde sale esta expresión que resultaba revolucionaria  en los años de la confrontación entre la tendencia conservadora y clerical versus la tendencia agnóstica, separatista del estado y la iglesia, y de la educación laica? Todos esos años templaron el acero, pero al cabo de algunos el debate intelectual se convirtió en guerra fratricida, alimentada por el reflejo de la guerra civil española y el triunfo del franquismo.

 

Para preservar la autonomía del espíritu y del cuerpo, los librepensadores crearon en Circasia un cementerio donde pudieran dormir eternamente quienes no creían en el cielo. En apoyo de este proyecto, Antonio  José “Ñito” Restrepo escribió desde Ginebra (Suiza), en el Bulevar de los Filósofos, una carta a  Braulio Henao, su correligionario, el 2 de noviembre de 1932. En dicha carta le envía las estrofas del Himno para la inauguración del Cementerio Libre. “Son estrofas de cuatro versos endecasílabos, perfectamente cantables, alternando dos consonantes graves con dos agudos que en lo cantado tienen un eco profundo”, advertía Ñito Restrepo. Y agregaba: “versos nobles y apropiados que sugiere la muerte a los hombres que, aun conservando en lo íntimo de su mente una esperanza de inmortalidad no son feudatarios de ninguna religión positiva… “.

El Himno de los Muertos para el Cementerio Libre de Circasia, tiene una estrofa que vale la pena conocer: “No me espantan mentidos terrores; / Sin doblar la rodilla viví; / Del hermano calmé los dolores; / De la patria el pendón defendí”.- Ñito Restrepo acusa a la intolerancia religiosa de su tiempo, parecida en otras latitudes a la de hoy, el abuso con los cuerpo sin vida de los librepensadores o de los suicidas que no tenían lugar de reposo promovido por la autoridad civil. Es de imaginarse, además, el problema causado a la familia y a la sociedad cuando aún no existía el dulce fuego de la cremación.

Restrepo pidió para sus versos un compositor que diera tono a su pedido así: “Sea quien fuere el que componga esta música, adviértanle ustedes en mi nombre que ella no debe ser triste, ni mucho menos fúnebre, sino alegre y marcial, pues nosotros no consideramos la muerte como una catástrofe que puede llevar consigo penas y sufrimientos incontables, eternos y hórridos. Para nosotros la muerte no es una redención, ni una resurrección, ni una reencarnación. Pero si una trasformación, en que el sentimiento puede quizá prolongarse por espacio de dulces claridades o de benignas sombras.” Termina su carta girando cien pesos contra el Banco de Bogotá a favor de la junta promotora del Cementerio Libre de Circasia. ¡Cosas de hombres bruñidos no solo por la tarea de abrir los campos nuevos, de huir de las persecuciones políticas y religiosas, sino curtidos en el pensamiento sin hipotecas! Era un antioqueño libre que luchaba por la tolerancia sin abdicaciones.