Por: Rodrigo Pareja

Decíamos hace algunos días, a raíz de los repetidos desórdenes protagonizados después de un partido entre ambas escuadras por los hinchas delincuentes del Nacional y del Medellín, que las autoridades seguían recetando ibuprofeno y acetaminofen para el cáncer, al aludir a las tibias medidas que se adoptan cada vez que ocurren tales desmanes.

Hoy, después de una sesión del Concejo de Medellín donde se analizó ese problema, puede decirse lo mismo, y agregarse, además, que se están tapando las heridas sin suturarlas, o como se dice popularmente, escondiendo la basura debajo de la alfombra.

 

Es decir, las autoridades civiles y de policía, los equipos y quienes fungen dizque de dirigentes de sus barras, y ahora el Concejo de Medellín, siguen con los ojos vendados y prefieren, con tal de que haya fútbol – entre otras cosas de muy mala calidad – recetar más y más placebos, en lugar de aplicar aquel sabio refrán que reclama “a grandes males grandes remedios”.

Cámaras fotográficas, las cuales seguramente van a ser destruidas la próxima vez; carnetización de estos seudo hinchas, exigencia de identificación, cordones de seguridad y, en fin, otra serie de ridículas medidas que no atacan de raíz el tremendo cáncer que corroe el futbol profesional en Medellín., es la receta oportunista e ineficaz.

Se asustan las autoridades, los dirigentes, los hinchas y ahora los Concejales, con un eventual cierre del estadio, única medida efectiva que haría entrar en razón a los aficionados delincuentes.

El cierre, dice la concejal Aura Marleny Arcila, “sería restringir la libertad que tiene cada ciudadano de asistir a un espacio público deportivo”, así esa libertad la aprovechen los vándalos para hacer de las suyas cada que les viene en gana.

Esa concejal debería saber también y reconocer la libertad y el derecho que tiene cada ciudadano de vivir en paz en su residencia o establecimiento situado en las inmediaciones del estadio, zona convertida en área de guerra cada vez que estos fanáticos, seguramente al influjo de raras sustancias, se enfundan una camiseta verde o roja.

Otro habló de “la necesidad de fortalecer la institucionalidad de las barras”, sin aclarar bien si esta institucionalización es brindarles más gabelas de las que ahora tienen quienes fungen como sus dirigentes, o extenderles patente de corso para que hagan y deshagan a su libre albedrío.

Otros hablan de “implementar la política pública de barras fieles”, sin explicar cabalmente que es eso, o si tal cosa puede confundirse con una odiosa exclusión, como si para que una persona con su familia asista al estadio, tiene que vincularse a una de estas agrupaciones nada recomendables.

Dios no lo quiera, pero cuando por culpa de estos antisociales ocurra una tragedia de proporciones, los que ahora siguen con los ojos vendados reaccionen, ojalá recurran por fin a unas medidas de verdad eficaces, entre ellas el cierre del estadio durante varias fechas.