Por: Mauricio Zuluaga Ruiz

La seguridad de las ciudades en Colombia está en entredicho. Los hampones están haciendo de las suyas, las ciudades grandes, medianas, pequeñas, pujantes o desfavorecidas, están sintiendo el rigor no sólo de la crisis internacional, menos capacidad de pago, mayor número de desempleados, mayor nivel de informalidad y mayor nivel de delincuencia común, atraco callejero, raponazos, es decir, la seguridad ciudadana se dejó de lado por la seguridad democrática, aquella que nos llevaría a un estado de paz, sin grupos alzados en armas en los campos, con mayor tranquilidad en las carreteras y con mayor atracción para la inversión extranjera en nuestro país. Es cierto que la seguridad democrática permitió a las personas volver a sus fincas, pero la siguiente pregunta que sigue es; ¿y todos los colombianos tienen fincas? Pero volvamos al primer punto.

¿Qué ha pasado en realidad? Que la seguridad en los campos está siendo de nuevo maltrecha por el rearme de los grupos paramilitares a lo largo de toda la geografía nacional y las ciudades se llenan de desplazados y de problemática social que a la postre se está convirtiendo en caldo de cultivo para una bomba social como la vivida recientemente en el Parque Tercer Milenio en Bogotá, donde un número considerable de familias desplazadas permanecieron por largo tiempo bajo las inclemencias del clima y de la situación de vulnerabilidad que da para todo, incluso para vejámenes por parte de la misma fuerza pública.

 

Aunado a lo anterior y como dice el viejo adagio: “si por allá llueve, por acá no escampa”, las ciudades se han convertido en el manjar predilecto de los nuevos delincuentes y bandas de criminales que, sin una clara política de seguridad para las ciudades, permean la malla urbana, social y cultural, se apoderan y empoderan de territorios y convierten a las ciudades en verdaderos focos de criminalidad, extorsión, vandalismo, hurto y atraco callejero. Algunos sitios de las grandes ciudades se vienen convirtiendo en ghettos.

 

Valga exponer el caso de ciudades como Medellín, la “tacita de plata” que recientemente recibió la Asamblea General de Gobernadores del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la “ciudad de la eterna primavera” donde hace poco culminó la magnífica Feria de las Flores y el evento de moda más importante del país, pero donde igualmente la ciudad se le está saliendo de las manos al burgomaestre y a su equipo de gobierno.

 

Sólo por mencionar que no hay fin de semana, ni días entre semana, ni meses, ni horas, en las cuales no haya en Medellín un muerto por atraco, por riñas callejeras, por enfrentamiento entre bandas delincuenciales, por el rearme de los grupos sicariales. No hay fin de semana sin que haya una veintena o treintena de muertos, en las conocidas comunas, en la parte nororiental y noroccidental de la ciudad, donde quienes por desgracia están más expuestos a esta barbarie son los niños y niñas, los adolescentes y por supuesto los jóvenes que no alcanzan a ver un nuevo amanecer.

 

En lo corrido del año, van 1.200 homicidios en la ciudad de Medellín y acaba de ubicarse como la octava ciudad más violenta del mundo por homicidios. Aunque el Gobierno Municipal muestra cifras de confianza y tranquilidad, la reciente Feria de las Flores presentó grandes problemas en materia de seguridad y convivencia, además de los muertos que no se presentan en las estadísticas de la Alcaldía Municipal.

 

Señor Alcalde de Medellín, señor Secretario de Gobierno Municipal, si no tienen estrategias que permitan disuadir el crimen organizado en la ciudad, muy pronto verán florecer de nuevo los cementerios, como otrora en la década de los ochenta y noventa, cuando matar a los jóvenes era tan normal como escuchar las bombas que explotaban por doquier.

 

Aunado a lo anterior, es importante señalar que Medellín cuenta con menos policías que los que tenía en 2005 y el Gobierno Nacional a través de la Cúpula Militar lo que hace es mandar fuerza pública en forma temporal, pero no permanente.

 

De lo anterior se puede colegir que el Presidente de la República ha dejado de ser el Mandatario de todos los colombianos para convertirse en el burgomaestre de sólo algunos que lo quieren perpetuar en el poder; las políticas del Presidente ahora van en contra de los que l

o apoyamos para su segundo mandato, pero que no estamos de acuerdo con una segunda, tercera, cuarta, quinta, reelección. Hoy día la Casa de Nariño se ha convertido en la sede política de un gobierno que se quiere perpetuar en el poder.

 

El Gobierno Nacional no está planificando las estrategias de seguridad para las ciudades, está empecinado en prolongar su estadía en el Palacio de Nariño, a costa de lo que sea, con tal de no dejar espacios para la reflexión desde otras miradas políticas.

 

Ya es hora de generar espacios para el diálogo, hay que buscar alternativas que podrían ir más allá de los linderos municipales, quizá el Área Metropolitana sería un buen espacio para discernir y auscultar estrategias de seguridad y convivencia para la ciudad que tanto lo necesita.