Alfaro Martín García Mejía
A mediados del siglo XX, precisamente terminada la Segunda Guerra Mundial (1945), algunos países europeos empezaron a vivir un Régimen del Terror, el cual cambió el rumbo político, económico y cultural de algunas naciones; viene al caso recordar lo vivido en Alemania con Adolfo Hitler, en Italia con Benito Mussolini y en España con Francisco Franco. Fue así como los regímenes gobernantes, suprimieron por completo el concepto de libertad, violaron los derechos humanos y fundamentaron en la zozobra y el miedo un Régimen del Terror, al mejor estilo de Maximiliano Robespierre, en la Francia del siglo XVIII.
Por más de cuarenta años, Colombia ha vivido algo similar o peor, la cotidianidad se ve sacudida por ataques a poblaciones, minas antipersonales, carros bomba, secuestros, asesinatos, desapariciones y por qué no falsos positivos; a todo lo anterior hay que agregarle que, a mediados del mes de febrero empezó a circular un volante en algunos barrios populares de la ciudad de Medellín, en el cual se manifestaba una clara amenaza para determinados grupos de población.
Con enorme facilidad los panfletos amenazantes se multiplicaron en barrios, municipios y departamentos vecinos, envolviendo al país en la zozobra y el miedo, debido al amedrentamiento que se hace a todo aquel que no cumpla con las condiciones allí expuestas.
De manera ligera, las autoridades gubernamentales y de policía subestimaron por completo las amenazas, argumentando que todo obedecía a una estrategia de algunos pocos que quieren desestabilizar el orden y la tranquilidad reinantes. Vengan de donde vengan las amenazas, no puede desconocerse que, sólo en Antioquia, cuatro (4) personeros municipales, veintiún (21) docentes y cientos de ciudadanos están amenazados; además, según datos de la Federación Nacional de Concejales, mil cuatrocientos (1.400) de ellos viven también la misma tragedia. En medio de las cifras, es prudente recordar lo sucedido en un colegio del barrio Pedregal, donde algunos docentes y coordinadores debieron ser trasladados ante la conminación, la misma tragedia viven otras instituciones, entre las cuales cabe mencionar la Universidad de Antioquia.
Debe saberse que donde hay desconfianza no hay tranquilidad y reina la inseguridad y el desasosiego. Pareciera como si las autoridades no pudieran controlar lo que sucede y el Estado desapareciera dando paso a fuerzas paraestatales que nadie alcanza a identificar. De todas formas, los ciudadanos tienen miedo y se están acostando más temprano, así lo evidencia la soledad en las calles y negocios después de las once de la noche. El miedo, no a las inversiones sino a los violentos, frena la economía. Los comentarios de los últimos días, sumado a los asesinatos y el aumento del hurto callejero lleva a que algunos inversionistas nacionales y extranjeros estén pensando en dejar sus intenciones financieras, invirtiendo sus capitales en otros lugares o negocios menos condicionados. No es bueno que de nuevo el país caiga en manos de los violentos y se empiece a vivir otra vez bajo la intimidación y el pánico.
Es indudable que la violencia, el miedo y por qué no el terror, están haciendo parte del paisaje cotidiano; de ahí que ninguna autoridad existente sea ésta del orden nacional y/o local, debe desconocer que algo anda mal y de no poner orden, las cosas pueden empeorar. Las medidas que se tomen no deben ser temporales sino definitivas y el Estado debe hacer presencia en cada uno de los rincones del país, asegurándole a cada ciudadano la libre movilidad sin el temor de ser atacado, asesinado o desaparecido.