Por: Diego Calle Pérez.
Los terruños nacionales son muchos y las parroquias o municipios, según lo que vemos son la patria chica. Desde Codazzi en el departamento del Cesar, hasta San Vicente del Caguán, en el departamento de Caquetá, desde Tumaco en Nariño, hasta Coveñas en Sucre, pasamos por historias de todo tipo. Algunos hablan de colonización, otros hablan de cultivos ilícitos y lícitos, otros narran las historias que les contaban los abuelos meciendo la hamaca, comiendo coco y chócolo de la huerta casera.
La microhistoria es un concepto que designa aquellas historias que abordan los acontecimientos de localidades cuyos hechos se explican en sí y por sí mismos, sin que sea necesario recurrir a los grandes hechos de la historia universal o nacional para que adquieran sentido, por lo que fue una propuesta utilizada por el sociólogo Alfredo Molano Bravo, que va en contrapelo de la historia oficial, generalmente concentrada en los personajes históricos y los grandes mitos.
La historia de los pueblos, de esos pueblos de sexta categoría, de esos pueblos que no tienen carretera pavimentada, de esos pueblos, que, muchas veces tienen que traer el candidato a la alcaldía de otro pueblo, de esos pueblos que tienen una población con un porcentaje del 43 por ciento de su población mayor de edad, esos pueblos tienen una riqueza oral de historias que narran la llegada del primer carro, de la central telefónica, del fontanero, del panadero y del zapatero, del que elaboraba las enjalmas y vendía la pólvora para la caza de guagua y del jaguar.
No es exagerado decir, que cada pueblo impera valores culturales propios, digamos que una filosofía de vida y un carácter de sus gentes, o sí se quieren, una distinta visión del mundo. Aquí se queda congelado el tiempo, allí, podríamos decir que esta el concepto de Aldea Global.
De esa microhistoria contada o cantada por los “viejitos” se suele pasar a la microhistoria escrita por los muchos aficionados o “todistas” pueblerinos. En Colombia, abundan las historias parroquiales escritas por gente que no se llama intelectual. Se trata de microhistorias sin contacto con la vida universitaria, y sí en estrecha comunicación con la vida popular. No frecuentan aulas, ni tienen biblioteca privada, pero si cafés y bares. Microhistoria, desde el terruño.