Por: Eugenio Prieto Soto
“Lo público reclama, además de legalidad, también coherencia, consenso y confianza, precisamente por ser estos elementos los que le dan legitimidad a la construcción de cultura política”. Senador Eugenio Prieto (Partido Liberal)
Ningún miembro de una sociedad puede sustraerse del cumplimiento de los fallos judiciales, pues ellos representan una instancia civilizada en la solución de las diferencias. La clásica tripartición de los poderes universalmente aceptada, constituyó desde siempre un avance significativo en las relaciones entre los estamentos públicos. Se erigió como un límite necesario en el señalamiento de las esferas de gestión y de las competencias atribuidas para su realización.
No obstante, en materia política, la construcción de lo público no se limita al ejercicio meramente jurisdiccional ni al simple cumplimiento de las decisiones de dichos órganos. Lo público reclama, además de legalidad, también coherencia, consenso y confianza, precisamente por ser estos elementos los que le dan legitimidad a la construcción de cultura política, de ciudadanía, a la reformulación de la manera de hacer la política, a la comunicación entre el dirigente y el ciudadano y, por sobre todo, al ejercicio del poder, a los medios utilizados para obtener los fines, en tiempos en los que, como en los actuales, desde lo político, cada vez deben ser más transparentes esos medios y más amplias las responsabilidades con la ciudadanía.
El cómo se logra el poder se ha vuelto tan importante cómo la manera en que se ejerce. El alinderamiento esencial entre la vieja y la nueva forma de hacer la política se apoya en estos paradigmas. Ya no basta ganar el poder por cualquier medio, ni ejercerlo de cualquier manera. La concertación, los consensos partidarios sobre los programas de gobierno, los planes de desarrollo, la comunicación fluida y franca con la ciudadanía, la rendición constante de cuentas y el examen permanente sobre las posturas de los partidos y sus miembros, constituyen la nueva agenda inaplazable para quienes marchan al unísono con el tren de la historia.
A ello se suma el respeto por los acuerdos construidos desde un ideario político social, por la pertinencia de las decisiones, y sobre todo, por la plena identidad entre lo predicado y lo practicado. Creo necesario insistir en el deber político de la coherencia, de la construcción de políticas públicas, no desde la personal apetencia de un grupo o individuo determinado, sino desde las posturas de bancada, de partido, que ha de suponerse, representan y traducen mejor el sentir colectivo. Los nuevos tiempos exigen que no haya distancia o diferencia entre las palabras y los hechos porque como dice el proverbio, cuando uno no vive como piensa, acaba pensando cómo vive.
Los cuerpos colegiados públicos tienen hoy inaplazables responsabilidades y tareas con la sociedad. El ejercicio respetuoso y cabal del control político, el examen serio de las herramientas de gobierno, la pertinencia de las políticas públicas, el índice exacto de las necesidades y angustias por satisfacer, son, por fuerza de la realidad, de mayor entidad, trascendencia y significación política, que el simple reacomodamiento de una mesa directiva en una corporación pública, ya que como dijera Confucio, no puede apagarse con fuego un incendio ni remediarse con agua una inundación.
Siempre ha sido mi convicción, que a eso deben aplicarse las horas del dirigente, los días, los meses y los años, pues la construcción política como ninguna otra, es una opción de vida que implica comprender que los pasos del día a día, las acciones de hoy, han de permitir avanzar con firmeza colectiva en el mañana, en el largo plazo. Sólo de esta manera construimos cultura política y respondemos coherentemente a los partidos políticos, a los órganos de control, a la ciudadanía, a la sociedad, pero por sobre todo, a la historia, al futuro.