Juan David Palacio Cardona, director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá.

Por: Juan David Palacio Cardona.
@JDPalacioC

Es común que muchos niños representen los cargos que ocupan sus padres. También es innegable que parte de la esencia de la niñez está en imitar algunos profesionales, como pilotos, médicos o miembros de la fuerza pública. Incluso, muchos de sus juguetes son camiones robustos, dotados de escaleras, mangueras y extintores, que denotan la noble profesión de ser bomberos.

Estos últimos son conocidos por apagar incendios, pero es necesario señalar que ese no es su único trabajo. Ellos salvan vidas en eventos de riesgo, ayudan a las personas en los accidentes de tránsito y también las liberan cuando han quedado atrapadas en estructuras colapsadas y deslizamientos. Además, participan en rescates vehiculares y trabajos comunitarios.

El ataque terrorista del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York los hizo visibles ante la población mundial: 343 miembros murieron cumpliendo el deber asumido. No obstante, su labor debe destacarse permanentemente, sobre todo en plena época de cambio climático porque el mundo entero requerirá de ellos más que nunca.

Damos por hecho que siempre están ahí como parte de las capacidades institucionales, pero la realidad es que en nuestro país estamos a merced de los entusiastas y nobles ciudadanos que deciden ser voluntarios, sin recibir remuneración alguna en la mayoría de los casos.

Los estragos del cambio climático se hacen tangibles ahora, con las fuertes olas de calor o largos periodos de intensas lluvias, y con el tiempo serán más catastróficos pues los incendios de cobertura vegetal serán de mayores proporciones y afectarán la fauna, los cultivos y los predios de la gente.

En esos casos, antes de la llegada de los aviones anfibios y helicópteros con cargas de agua, estarán los bomberos -con sus picos y palas- para extinguirlos. Si bien lo ideal es que este tipo de conflagraciones sean atendidas con equipos de alta tecnología, la capacidad del país es limitada para adquirirla.

De otro lado, hemos visto cómo en las últimas semanas, a causa de las intensas lluvias, se han desbordado quebradas y deslizado tierras. Esto también se intensificará con el tiempo, afectando las estructuras físicas, como edificios y casas, habitadas por personas que contarán con el acompañamiento de los voluntarios de cascos rojos que darán un parte de seguridad en medio de las peores situaciones.

Según la Dirección Nacional de Bomberos de Colombia, cerca de 20 mil personas se dedican a esta labor. En total son “831 cuerpos de bomberos, de los cuales 761 son voluntarios, 44 aeronáuticos (aeropuertos) y 26 son oficiales (vinculados a las alcaldías directamente)” (Semana, 2021). Es decir, solo un 5,8% de los cuerpos reciben remuneración económica y el 9,2% son pagos con gratitud de la ciudadanía.

Los limitados presupuestos de las administraciones municipales para la gestión del riesgo nos deben llevar a pensar en una política de Estado que permita anticiparnos y dotar a los rescatistas con equipos y elementos de seguridad, pues es una inversión que salvará vidas o pérdidas materiales, más aún cuando los incendios de interfaz (es decir, los que se presentan en el límite entre la zona rural y la urbana) serán más frecuentes.

Estaciones de carros de bomberos, drones, uniformes, bombas, extintores, radios, picos, palas, comando de operaciones y GPS no son lujos –como algunos, con mucha mezquindad, lo califican. Asimismo, y aunque ciertas personas afirman que no es indispensable, debe reiterarse la necesidad de capacitar a los voluntarios, pues es lo mínimo que requieren y merecen por su generosa labor, sin dejar por fuera que su formación debe regirse por valores ambientales.

¿Qué sería de todos en un terremoto, incendio, accidente o deslizamiento si no contáramos con la voluntad de cientos de colombianos que se dedican a salvar vidas por pura generosidad?

El cambio climático es una realidad y es imprescindible contar con los bomberos para proteger a los más vulnerables, por eso, es hora de legislar para definir presupuestos claros para ellos y determinar una remuneración para aquellos que con sus acciones nos proporcionan seguridad y bienestar silenciosamente en todo momento, reconociendo que la Ley 1575 de 2012 permite a los entes territoriales fijar la sobretasa o estampilla bomberil como mecanismo efectivo de financiación para ser adoptada por los municipios.

En estos tiempos es necesario que el deseo de los niños de ser bomberos cuando grandes se materialice, pues ese noble rol será indispensable para la supervivencia de las personas en los escenarios de gestión del riesgo.

*Director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá.