Por: Sinergia Informativa
“En tierra de ciegos, el tuerto es rey”. Estoy buscando una máxima que represente la falacia que encierran las aseveraciones del Gobierno Nacional, a propósito de lo que verdaderamente significa el crecimiento del 0.4 por ciento en el Producto Interno Bruto del país, en 2009.
Podría, mejor, decir, en forma directa, que la ignorancia sobre la teoría económica del país, abona el terreno para que el presidente Álvaro Uribe Vélez pueda destacar, sin temor a ser controvertido, que dicho crecimiento “es mejor que las mejores expectativas”. El desconocimiento general sobre el tema, es el escenario propicio para hacer afirmaciones que responden, antes que nada, a los intereses políticos de un Gobierno que pretende perpetuarse, ahora en cuerpo ajeno: el de su posible sucesor, Juan Manuel Santos.
Decirle al país que en 2009 la economía de Colombia tuvo crecimiento, pese a la crisis económica mundial, es desplegar las banderas triunfalistas de una política económica que busca ser reelegida. Hablar con optimismo sobre crecimiento económico, es propaganda. Es, de alguna manera, caer en el populismo de quien promete lo que es difícil cumplir.
Es cierto que hubo buen comportamiento de sectores como el de la construcción, con un crecimiento del 12.8 por ciento; como el financiero, con el 3.1 por ciento; la minería, con el 11.3 por ciento; y el de servicios sociales y personales, con el 1.3 por ciento. Pero, ¿son consecuentes estas cifras con el desarrollo económico del país? ¿Tienen representación en el mejoramiento de la calidad de vida de los colombianos?
“Crecimiento económico” es el resultado en cifras. Hablar de PIB, nos lleva a pensar en valores de consumo, de inversión, de gasto público y de exportaciones netas.
“Desarrollo económico” es el resultado de mejorar las condiciones de vida de los colombianos, quienes supuestamente deberían estar en su mayoría empleados, recibiendo ingresos para satisfacer sus necesidades básicas en alimentación, salud, educación, vivienda y recreación, y ganando suficiente para, además, ahorrar e invertir.
“Crecimiento económico” debería ser el requisito sine qua non de “Desarrollo económico”. Pero en Colombia no lo es: 20 millones de pobres y 8 millones de indigentes (según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística –DANE-, lo que genera la suspicacia de que la cifra real puede ser mucho mayor), no es, desde el punto de vista del pensamiento macroeconómico, coherente con el crecimiento sobre el que ahora se apalanca la política económica del presidente Uribe.
Mirar las cifras fuera de contexto, desligando el desarrollo del crecimiento, tiene efectos contundentes en una opinión pública “ignorante”, que aplaude una cifra positiva, valiosa para las estadísticas del “ego” gubernamental y para los balances de los sectores que realmente crecieron, pero sin ningún valor pragmático para la inmensa mayoría de colombianos que no alcanza a sorber las mieles de ese alardeado crecimiento.
Entonces, ¿se le apareció la virgen al Presidente con una cifra que ni él mismo se esperaba? ¿Queda desvirtuada la teoría económica que define la indisoluble relación entre “crecimiento” y “desarrollo”? ¿O fueron manipuladas las cifras con fines propagandísticos?
La inclinación de los escépticos o de quienes conocen –como pocos- la tendencia Neoliberal de este Gobierno, es hacia la última probabilidad.
En la historia queda la obligada renuncia de un director del DANE que se atrevió a presentar altas estadísticas de desempleo (seguramente reales), diferentes a las bajas estadísticas (seguramente maquilladas) esperadas por el presidente Uribe.
En la historia está la orientación privatizadora del presidente Uribe -en sectores como la salud y las telecomunicaciones-, contrariando el precedente intervencionismo estatal que garantizaba, realmente, gasto público tanto en funcionamiento como en inversión, con las consecuentes generación de empleo e incremento de la capacidad de consumo.
El actual gobierno ha sido prolijo en reformas tributarias. Con ello queda en claro que su interés social no va más allá del interés de proteger la inversión y el crecimiento de grupos económicos privados, tanto nacionales como multinacionales. La evidencia está en que contradice la recomendación de los autores del libro “Cómo comprender los conceptos básicos de la economía”, quienes hablan de que una vez la economía esté en pleno empleo, hay que mantener los ahorros y los impuestos iguales a los gastos del gobierno y a la inversión. Esta fórmula se desconoce en todos los ítems, empezando porque es un Gobierno adicto a los impuestos y, por supuesto, incapaz de generar empleo.
Definitivamente no es un Gobierno afecto a aumentar el gasto público, por tanto, no crea más empleos. Tampoco a reducir los impuestos, lo que no proporciona más dinero a todos, de modo que no hay más consumo y, cerrando el círculo vicioso, no se generan más empleos.
De acuerdo con los anteriores razonamientos proporcionados por Jhon Charles Pool y Roos M. Laroe, no hay concordancia en la política económica del gobierno de Álvaro Uribe Vélez, eminentemente Neoliberal y anti – intervencionista, con el alardeado porcentaje del PIB, como resultante de sumar consumo, inversión, gasto público y exportaciones netas (recordando las dificultades generadas por el cierre de los mercados de Venezuela y Ecuador).
Si así es… o mejor, si no corresponde a esta fórmula debido a que todos los elementos son negativos, lógicamente no puede haber crecimiento, ni siquiera el mínimo que han destacado el DANE, Planeación Nacional, el Ministerio de Hacienda y la Presidencia.
La otra lógica, también expresada por Pool y Laroe, es que si se quieren reducir las tasas de inflación (lo que ha sido un propósito nacional, a través del Banco de la República), se puede recortar el gasto gubernamental, aumentar los impuestos, reducir la oferta monetaria y aumentar las tasas de interés. Pero aseguran que ello, definitivamente, desaceleraría la actividad económica, eliminaría empleos y aumentaría el desempleo.
De nuevo, la anterior recomendación, en apariencia fielmente seguida por el Gobierno Nacional, nos lleva a la lógica de un crecimiento falaz y al redescubrimiento de que los colombianos, en su inmensa mayoría, no gozan de buenas condiciones de vida porque, realmente no hay crecimiento económico.
Como en la época de crisis tanto política como económica de los ex presidentes Ernesto Samper y Andrés Pastrana, hoy se habla de optimismo y pesimismo. La crisis era profunda, y la esperanza era que tocara de una vez fondo, para que ya no hubiera más solución que salir de nuevo a flote. Entonces se hablaba de los optimistas que aseguraban (o querían) que “las cosas estaban mejorando”. Pero la realidad, las cifras y las variables que podían garantizar el crecimiento económico esperado (con el supuesto desarrollo económico esperado), en verdad decían otra cosa. Se hablaba de la ignorancia de los optimistas.
Los pesimistas, al contrario, estaban bien informados. Por eso eran pesimistas.
Es indudable que las condiciones económicas del país en los últimos ocho años, son diferentes. El crecimiento económico alcanzó un pico del 7.35 por ciento en los primeros nueve meses de 2007. Por eso los analistas hablan de un período que propicia un entorno favorable para la inversión y el comercio internacional, y que genera confianza a los agentes económicos de dentro y fuera del país. Dicen que las tasas de crecimiento económico, que han evidenciado su aumento desde 2002, han vuelto cada vez más optimistas a los empresarios nacionales.
Sin embargo, el conocimiento de la realidad económica y social del grueso de la población colombiana, hace pensar en que ese optimismo es de unos pocos, tal vez el de un puñado de empresarios realmente beneficiados.
Las afirmaciones de los sectores diferentes a los que realmente crecieron en 2009, de los congresistas que han analizado críticamente la gestión económica y social del Gobierno y de los analistas que se han atrevido a hacer su trabajo sin “inciensario” en la mano, descubren que en 2009 el Gobierno se dedicó más a las tareas políticas que garantizaran la reelección, que a esfuerzos pro crecimiento y desarrollo económico.
Por eso, el 0.4 por ciento en el PIB deja contento al Presidente y genera dudas en algunos, pero no ha sido capaz de sacar del pesimismo a muchos. Precisamente, a los que están informados de la realidad económica y social que acompañó al país en 2009, y que llegó de la mano de este 2010. A los que, entre otros indicadores necesarios para el ufanado crecimiento, ven que las cifras de desempleo no son coherentes con las del crecimiento.