Ruben Darío Barrientos

Por: Rubén Darío Barrientos G.
rdbarrientos@une.net.co

Un trino del buen periodista Juan Carlos Iragorri (del 11 de junio), reza: “Y dele que dele, todos diciendo por quién van a votar. ¿Por qué no votan y ya? ¿Sin darnos la lata, sin hablar pendejadas? ¿Por qué mejor no se ponen a leer? ¡Toda la razón Iragorri! En este país, donde todos resultaron politólogos –aunque primero decían que gas la política–, estamos viendo que muchos columnistas pulverizando lo secreto del voto, divulgan por quién será el suyo, pero acompañan sus artículos de un lenguaje grotesco y rastrero y de una extralimitada inquina para escribir. Vayan estos ejemplos:

Antonio Caballero (Semana, 10 de junio), en columna “Uribe es peor”, dice: (…) Se trata de impedir el regreso nefasto de Álvaro Uribe al poder por interpuesta marioneta. (…) Votar en blanco, es ayudar al que lleva ventaja: al melifluo y mofletudo Iván Duque, que es un dócil guante de terciopelo en la mano de plomo del expresidente Uribe. (…) Es Uribe quien vuelve, con todos sus horrores. (…) Así que voy a votar por Petro”.

Julio César Londoño (El Espectador, 9 de junio), en columna “Sobre un genocida camandulero”, escribe: “(…) La tragedia de Colombia es que no encuentra un líder real, solo un poderoso antilíder, adorado por la masa, loco, delirante, ebrio de poder, sediento de venganza. (…) No votaré por un testaferro que deberá responder todos los días, ante el país y ante el mundo, por las 300 investigaciones que se adelantan contra su patrón. (…) No voy a respaldar el proyecto político, llamémoslo así, de un genocida que vive dando lecciones de moral. (…) Reconozco que Petro tiene una propuesta moderna, sensible y plena de imaginación.

Salomón Kalmanovitz (El Espectador, 11 de junio), en columna “La segunda vuelta”, manifiesta: “(…) Álvaro Uribe volvió a ser la última esperanza de los políticos que son financiados por los contratistas o por el crimen organizado para acceder a las posiciones del Estado, desde las cuales malversan los recursos públicos o se los quedan. (…) Sería otra amable sorpresa de la democracia colombiana que el resultado de la segunda vuelta desfavorezca a Uribe. (…) Las posiciones de Petro son coherentes.

Rodrigo Uprimny (El Espectador, 3 de junio), en columna: “Elecciones y paz”, afirma: “(…) El problema de Duque es que, como su apellido lo revela, él es solo un duque, pero probablemente el rey es otro, y los duques, según las tradiciones medievales, le deben obediencia a su monarca. (…) Por eso, por la paz y el Estado de Derecho, votaré por Petro”.

¡Tiene razón Iragorri! No sé desde cuando a los columnistas les dio por divulgar su voto, sumándoles bravuconadas y afirmaciones desmedidas (adiciono estas del inefable Julio César Londoño, el mismísimo escritor y cuentista colombiano, ganador del premio Juan Rulfo en 1998, pero venido a neo-analista político: “Duque, no es nada por sí mismo, solo es un figurín de esa secta que tapó a medias un hueco, las Farc, un joven que representa las ideas más decrépitas de la caverna profunda”). Estamos hartos de estas embestidas y de que se hayan vuelto monotemáticos quienes tienen el privilegio de ostentar una parcela de opinión en un medio, en donde no hay miramientos al respeto y a las investiduras.

Tiene razón Iragorri, cuando trina: “¿Por qué no votan y ya? ¿Sin darnos la lata, sin hablar pendejadas?”. Yo acepto que las líneas editoriales de los periódicos deben decirles a los lectores cuáles son sus posiciones frente a unas elecciones: siempre ha sido así y debe continuar presentándose ello con autoridad. Más que entendible, es una obligación tomar partido y pronunciarse a este respecto. Pero… tener que aguantarnos a estos “politólogos” disfrazados de columnistas, sí nos llenó la taza. Con razón un amigo médico, me dijo: “No veo la hora de que pasen estas benditas elecciones del 17 de junio”. Y es cierto, primero nos agotaron los tales debates y ahora nos intoxican las columnas de los sabiondos de este país, aunque derrotados desde hace más de 16 años, que han encontrado nido perfecto para decir lo que quieran, a la hora que quieran, como quieran y –lo peor de todo– ante las miradas cómplices de quienes permiten estas tropelías.

Por todo lo anterior, porque el voto es secreto y porque a los lectores no les interesa por quién voy a depositar mi tarjetón, me abstendré de contarles por quién voy a votar.