Por: Ramón Elejalde Arbelaez

En una conferencia dictada hace algunos días en la ciudad de Pereira, el politólogo, historiador y autor de varios importantes libros, doctor Rodrigo Llano, quien además oficia como veedor Nacional del Partido Liberal, dictó una conferencia donde afirmó, entre otras cosas, lo siguiente: “Víctima de las encuestas: Comenzado el año de 1985, las encuestas decían que la intención de voto para las siguientes elecciones presidenciales las encabezaba el dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado con el 45% de favorabilidad, seguido de cerca por Galán con el 37% y Barco sólo aparecía con el 1,5%; la campaña tomó entonces la decisión de utilizar la herramienta de las encuestas y contrató la hechura de unos sondeos de opinión que se publicaban cada mes y que iban inflando, artificialmente, a Barco y desinflando a sus contendores; en seis meses estuvo hecho el trabajo y don Virgilio quedó tan posicionado ante los ojos de la opinión pública que el presidente López Michelsen exclamó:

“Si no es Barco, ¿quién?”, por lo que la candidatura de Galán quedó enfrentada al grave dilema de ser presentada o no a los electores; en las elecciones parlamentarias del año 86, Galán se fijó una meta de un millón de votos para lanzarse a la candidatura presidencial en contra de Virgilio Barco, pero sus resultados electorales fueron muy pobres, tanto que la revista Semana, en un subtítulo, escribió: Catástrofe galanista y decepción conservadora dejan a Barco a las puertas de la Presidencia; la suerte quedó echada y Barco pudo llegar a las presidenciales sin más contendor visible que el hijo de Laureano. Las encuestas amañadas habían logrado su siniestro fin”.

Indagué con el autor de la anterior afirmación las circunstancias de tiempo, modo y lugar donde se dieron los hechos que afirma y realmente es preocupante lo que desde entonces sucede con las encuestas. La encuestadora de marras sigue hoy apareciendo como de las más aprestigiadas. A no dudarlo también que estos instrumentos son aún un mecanismo de campaña y no de medición real de lo que piensa el ciudadano en un momento dado. Quien tiene dinero paga las encuestas y quien paga las encuestas garantiza los resultados. Así forman opinión, no la miden.

Hace algunos años se conoció en Antioquia una encuesta  amañada que los medios se negaron a publicar por su dudoso origen, pero que los autores dieron a conocer como publicidad política con el aviso respectivo, que debía ser leído con lupa. Así lo demostramos algunos congresistas en la Comisión Primera de la Cámara en presencia del Consejo Nacional Electoral, con lupa en mano. Hoy otra encuestadora es de propiedad de un alto funcionario del Estado y de un amigo cercano al presidente de la República y con frecuencia, con más de la normal, publica mediciones, que seguramente lo que buscan es moldear a la opinión pública. Esta firma encuestadora es la que le realiza este tipo de trabajos a los dos medios de comunicación más acatados en nuestro medio.

Alguien tiene que tomar la iniciativa para reglamentar en Colombia las encuestas. Es necesario que el Estado, especialmente cuando se trate de campañas electorales, haga auditoría sobre este trabajo. Hace pocos días una reputada firma encuestadora hizo un trabajo para una importante empresa. Quien recogía la información entregaba antes del interrogatorio un obsequio que enviaba el interesado en las respuestas. ¡Así, bendita gracia!