Por: Gustavo Salazar Pineda
Hace apenas unos pocos días durante una velada con una amiga que ostenta un supuesto alto cargo en una reconocida empresa antioqueña con proyección internacional, se quejaba la joven ejecutiva de la rutina, monotonía y poca productividad en su trabajo en un estrecho cubículo que es donde realiza su tarea diaria de revisar cifras de ventas, balances y otras actividades menores.
Venía la carismática como bella mujer de ser jefe de impulsadoras de ventas, que al decir de ella es el oficio que más le agrada y el que desempeña con más competitividad. A los pocos meses de estar ejerciendo como orientadora de muchachas jóvenes dedicadas a promocionar productos nuevos en centros comerciales y supermercados, fue objeto del aparente ascenso con un sueldo mejor que el anterior. Pues ocurre que nuestra moderna ejecutiva empresarial ha tenido momentos de aburrición y sentimientos de impotencia al percibir que su talento en el mercadeo se ve frustrado en un cargo que, por más ostentoso que ante los compañeros de trabajo pueda lucir, no es su habilidad laboral ni le satisface en lo más mínimo. Sobra decir que la empleada de esta importante empresa antioqueña tiene pensado renunciar antes de que finalice el presente año.
La historia verídica de esta joven laborante no es distinta a la de millones de empleados en el mundo como lo reseña una importante revista hace unas semanas con datos alarmantes de insatisfacción en sus cargos por parte de millones de trabajadores en el planeta. Apenas uno de diez empleados se siente satisfecho y feliz en su cargo y goza ejerciendo el oficio con el que se gana un salario para su manutención y los suyos.
Preocupante y enfermiza situación actual que conlleva una infelicidad en el trabajador que gasta su vida y consume sus días en un infierno laboral, indigno de cualquier ser humano.
Si como han observado psicólogos, sociólogos y psiquiatras, la felicidad de hombres y mujeres tiene su soporte en un trípode: trabajo satisfactorio, buena cultura y amor estable, todo conduce a demostrar que los tiempos actuales son catastróficos en la obtención de la felicidad que es, en última instancia, la máxima y suprema aspiración del hombre sobre la tierra. Inclusive en épocas de guerra los europeos podían emigrar a otros países en búsqueda de empleo como ocurrió con millones de españoles, portugueses e italianos durante el período pasado. Centenares de millones de emigrantes encontraron en Suiza, Alemania, Inglaterra y Francia, un lugar acogedor donde ejercer un empleo digno que le satisficiera sus necesidades y las de sus familias.
En la Colombia de mediados del siglo XX la violencia desplazó a millones de campesinos a las ciudades, principalmente a Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla, donde estas urbes crecieron vertiginosamente aun cuando se formaran cinturones de miseria alrededor de ellas, no obstante que en esos tiempos era más fácil acceder a un trabajo o empleo que en la actualidad que los cargos del Estado son temporales y con sueldos de miseria, además de existir un empleo informal que tiende a superar al formal.
Coincide lo afirmado por expertos en el tema laboral a nivel mundial con la crisis en el empleo que comienza a registrar la economía colombiana que tiende a agudizarse en los tiempos venideros por más que los vientos favorables del fin del conflicto con las Farc auguren un próspero futuro.
El deterioro en calidad del empleo en Colombia fue noticia destacada en el diario El Tiempo del domingo 4 de octubre de 2015.
Particularmente, un ex gerente regional del Banco de la República de Medellín, nos puso en alerta acerca del empleo en la capital paisa y el oscuro acceso de los pobres a la educación superior, panorama poco halagüeño para un pueblo que tiene sus mejores y más entusiastas trabajadores de Colombia y que se precia de tener una urbe mundialmente innovadora y con gran futuro económico y social.
Colombia, según la Cepal, ocupa en América Latina el deshonroso segundo lugar en el empleo informal urbano, franja amplia de trabajadores que contiene patronos y empleados de microempresas, servicio doméstico e independientes no calificados.
Esta grave situación económica y social parece no preocupar a políticos, pues en campaña se les oye hablar de seguridad y otros temas que no obstante ser neurálgicos en una nación no tienen la importancia del trabajo como derecho fundamental del hombre que lo dignifica y lo hace útil en una sociedad, amén que le garantiza su subsistencia y la de su prole.
Mientras los bancos continúan con su avasallante mercantilismo vulgar y tengan a sus empleados como cuasi esclavos de un oficio mecánico en el que los obligan a trabajar extenuantes jornadas y obtener metas de ventas de portafolios, tarjetas de crédito y otros servicios bancarios.
Entre tanto un Estado incompetente que reduce los puestos, pues la nómina se agota en su mayoría con los altísimos salarios de los empleados de rango superior y escasean los contratos indefinidos, no ofrece un porvenir mejor a los potenciales trabajadores, no puede predicarse más que insatisfacción laboral de quienes logran al fin conseguir un cargo, puesto o empleo medianamente digno.
En España el 80% de los jóvenes en la última década han sido los más afectados con la crisis económica, pues no encuentran un empleo donde ganar la cifra baja de mil euros, lo que ha llevado a decenas de miles de ibéricos a emigrar a otros países de Europa, Asia y hasta Latinoamérica ha sido bien mirada por lo noveles trabajadores para alcanzar una plaza laboral.
Colombia vivió una situación similar hace 15 años, ya que a principios del presente siglo hubo una estampida hacia estados Unidos y España de jóvenes con deseos de tener estabilidad laboral. La historia parece repetirse ahora que se avecina el postconflicto y que los grandes empresarios han convertido estas en ofertas de trabajo temporales, mal remunerados y el ambiente laboral en jornadas estresantes y deshumanizadas.
Mientras no tengamos una vida laboral, cultural y amorosa satisfactorias es vano e irónico pregonar que vamos en camino de obtener la paz.