Por: Diego Calle Pérez.
Crecieron de niños en barrios periféricos de la ciudad capital. Muchos de ellos llegaron con sus equipajes de pueblos, buscando otras opciones de estudio, trabajo y ayudar a la familia que se quedaba esperando llegar el profesional. Vivieron en casas modestas, esas casas de barrio, que hicieron en su momento el instituto de crédito territorial. Estudiaron en la universidad pública y otros con mucho esfuerzo combinaron el trabajo con el estudio en las noches, sacrificando sábados y domingos haciendo las tareas y los trabajos que no podían hacer en la semana.
Sepan que callo de certeza y carezco de la biografía completa para expresar lo que pasa por la historia del barrio, que los vió crecer entre bandas de sicarios que había armado Pablo Escobar. A muchos de ellos les tocó una juventud dura, repelando el vecino que los quería tentar a seguir la famosa vida de los victorinos que se describió en una significativa serie de televisión. Muchos de sus testimonios son los que se escuchan de sus antiguos vecinos, muchos han sido sus seguidores y se ven con frecuencia, les conocen sus novias que luego fueron las esposas.
Heredaron de sus padres algunas frases que se convirtieron en sus epígrafes de vida cotidiana. Como esa de: “es mejor aparentar que tener” otra, “es mejor empezar desde abajo para subir como palma y no caer como coco”. Madrugaron a pegarle el afiche a su jefe político, sacrificaron amigos y vecinos por estar buscando halagar al jefe, que de seguro, les tenía el puesto para su trabajo de médico, abogado, administrador, ingeniero y contador. Con el tiempo llegaron a reemplazar al jefe en la lista y les dio resultado, ganaron la confianza del voto, ya tenían otro escalón junto al jefe político.
Ahora, años después, ellos, miran a su alrededor, están tan contentos, son sus propios jefes políticos, tienen un potencial electoral que cualquiera les envidia. No cabe duda, se demoraron, fueron haciendo alianzas despacio y cuidando de no pisar una mina quiebrapatas, nunca están en escándalos de corrupción, nunca se les ve encabezando una moción de censura, tienen un perfil bajo entre los más de 270 que están en el capitolio nacional. Cuando debaten, solo producen palabras al mejor estilo Cantinflas, nunca toman una posición beligerante, no son groseros, con sus vecinos de silla, no opinan en la capital, dicen una cosa y en las regiones se disculpan y argumentan a sus electores seguidores enceguecidos ante el favor, no analizan, no convocan, dicen que siguen las orientaciones del partido a nivel nacional. Cambiaron de barrio, no porque se sientan más que sus vecinos, lo hacen más, por no tener tanto compromiso, con los que esperan del puesto a cambio del voto que avivan cada que vuelven a pedir el favor del conocido, del vecino, del amigo de barrio y hasta del que fue compañero y conocido en la universidad. Cambiaron de barrio, no es para menos, han luchado por tener otro patrimonio familiar. Cambiaron de barrio más nunca de votantes. Continuará…