Nicolás Echeverry Alvarán, senador de la República de Colombia. / Foto: Canal Congreso

Por: Nicolás Albeiro Echeverry
Senador de la República
Partido Conservador Colombiano

El domingo pasado, miles de ciudadanos salieron a marchar en silencio. No fue una marcha contra nadie… Bueno, ese era el propósito, que fue silenciado por gritos, ataques y deseos oscuros contra el presidente Gustavo Petro. Ahora, no quiero decir que el Gobierno nacional no se merezca críticas de quienes consideramos que está lleno de improvisaciones y de yerros. Pero, aunque amerite vehemencia, es inaceptable que la crítica se haga en mediio de expresiones de odio y violencia.

La del domingo era una súplica por todos. Se buscaba que fuera un grito callado que resumiera el sentimiento de un país que se siente golpeado, decepcionado y muy asustado con una polarización, que ha desbordado los límites de la lógica dirferencia conceptual, que enriquece el debate democrático.

No le aporta a un país en el que la violencia se ha recrudecido de forma alarmante: atentados, masacres, explosiones, extorsiones, asesinatos y corrupción sin freno. Y mientras tanto, muchos de los espacios en donde deberíamos estar construyendo salidas —como el Congreso y las redes sociales de los líderes— se han vuelto escenarios de la polarización negativa: la de los insultos, el odio, la mentira, la injuria, la calumnia y la desinformación.

Yo no creo en el silencio como sumisión. Pero sí creo en el poder de bajar el tono. En que podemos debatir con argumentos y no con gritos. En que el Congreso no puede ser un campo de batalla verbal sino un lugar donde se propongan salidas, se escuchen voces y se respete al contradictor. Porque en estos tiempos de zozobra, cada palabra puede ser gasolina o puede ser puente.

Colombia necesita paz. Pero no sólo la paz firmada en un papel, sino esa paz que se construye con el ejemplo, con el respeto, con la moderación del lenguaje.

A propósito del pasado Día del Padre, ¡qué bueno sería que a los congresistas nos siguieran considerando “Padres de la Patria”! Aunque anacrónico el término, sería el resultado de haber vuelto a recuperar la confianza, el respeto y el prestigio de la política, de nosotros los políticos y del Congreso. Entonces nos sentiriamos obligados a dar el buen ejemplo, porque los congresistas no sólo legislamos: también influimos. Y cada mensaje que publicamos, cada discurso que pronunciamos, puede alentar la esperanza o avivar el odio. Colombia necesita líderes que inspiren confianza, que bajen el volumen y eleven la calidad del debate.

Los colombianos están cansados de ver a sus líderes gritando, en lugar de proponiendo. Desde nuestras curules, tenemos una responsabilidad ética con el País.

Yo elijo seguir alzando la voz, pero con respeto. Si en alguno o varios momentos se me ha ido la mano, consecuencia de la emoción y la pasión, decido hacerlo consciente en próximas ocasiones.

Yo elijo seguir defendiendo mis principios conservadores, pero sin agredir. Elijo seguir en política, pero no para incendiar ánimos, sino para aportar ideas que satisfagan necesidades y solucionen problemas. Propuestas encaminadas a generar bienestar general entre los colombianos, sin distinciones. Porque eso es lo que esperan los ciudadanos. Y porque, aunque muchos lo olviden, todavía hay quienes creemos que el deber más alto de la política es servir a la vida y no alimentar la violencia.