Por: Eugenio Prieto Soto                          

Compartí  con los colombianos de mi generación una mirada que era al mismo tiempo interesada y recelosa por la actividad política. Interesada porque desde entonces sabíamos que sólo desde el Estado era posible encarar los grandes problemas comunes y proponer soluciones para impulsar el país a condiciones de desarrollo e irradiar el bienestar a todos los habitantes. Recelosa, porque nos incomodaba la forma como viejos caciques  convertidos en clase privilegiada se habían tomado la política desde los poderes locales hasta la dirección del Estado para mantener sus privilegios. Cuando con mis contemporáneos nos asomábamos al noble ejercicio de la ciudadanía, un proyecto político interpretó nuestra posición, era el Nuevo Liberalismo, encabezado por Luis Carlos Galán.

 

Nos atrajeron las ideas de quien en el Senado, a donde había llegado inicialmente a nombre del Partido Liberal había oteado el actuar de la dirigencia política, incluso la de su propio partido, y manifestado sus desacuerdos; había acompañado debates trascendentales sobre la corrupción y se había sensibilizado ante la ruptura de la nación en dos países que habían perdido sus hilos comunicantes: el político, apersonado de sus intereses y encerrado en sus prebendas, y el nacional, azotado por múltiples violencias e impotente ante la debilidad del Estado. Con su experiencia e ideales, Galán se hizo actor trascendental de las esperanzas de cambio del Partido Liberal, el de sus ancestros, y de la Nación. 

En septiembre de 1981, en caluroso acto realizado en la Casa de la Convención de Rionegro, Galán aceptó la candidatura presidencial que le propusieron sus compañeros políticos del Nuevo Liberalismo y el reto de ser agente transformador de la política colombiana. Tenía en mente liderar transformaciones de fondo y así lo dijo ante la Asamblea que lo designó: 

“Entendemos que los grandes propósitos nacionales sólo serán posibles si recuperamos la dignidad de los poderes del Estado; si modernizamos la organización de las distintas colectividades políticas; si transformamos la vida político-administrativa del país dentro del marco de una nueva ética social y si aseguramos que el poder de intervención del Estado tenga como fin fundamental garantizar a la nación que Colombia nos pertenece a todos”. 

Ese compromiso de volver a dar a la política su esencia como proyecto ético y social convocó a muchos miembros de nuestra generación que nos sentimos en sintonía con el afán de dar al servicio público su verdadero sentido de apuesta por la gestión del bienestar y el desarrollo. Tras la muerte de Galán y el desdibujamiento del Nuevo Liberalismo, algunos de ellos se retiraron a la vida privada donde están cumpliendo roles importantes; otros permanecimos en la vida pública insistiendo en la esperanza de la transformación de la política con que soñaron él y sus compañeros inmolados en la lucha contra la corrupción  y  la narcopolítica. 

Si el Partido Liberal buscó su democratización y renovación al dar carácter de estatutarias a las consultas populares para la toma de sus principales decisiones, fue inspirado en la lucha de Luis Carlos Galán porque se reconociera que en el país había más liberalismo que Partido Liberal y que la militancia anhelaba nuevos discursos, nuevos liderazgos y más participación, para construir sus procesos sociales. 

Si Colombia dio pasos significativos como la Constitución de 1991, con su sistema de derechos; sus mecanismos de apertura política, y sus transformaciones electorales, fue iluminada por las ideas de Galán sobre la renovación de la política, la refundación del Estado y el reconocimiento de los derechos universales. Parte importante de sus sueños fueron escritos en la Constitución y con la letra de todos, como bellamente lo decía el mensaje y lo tenemos que recordar hoy los colombianos. 

En contraste con el impacto de su huella en la estructura jurídica del país y aun reconociendo la importancia de la consulta popular, su regreso al liberalismo no consiguió transformar la estructura partidaria para que el Partido representara a matices ideológicos unidos en torno a un proyecto ético y de compromiso con la ciudadanía y la democracia. Hoy, la colectividad está enredada por marañas tejidas por caciques clientelistas que han usurpado a las bases el derecho a decidir, sus ideas y esperanzas; el manejo transparente de los asuntos, y hasta la información a la que tienen pleno derecho. El liberalismo de hoy no es, de ningún modo, el partido que soñó y pudo haber construido Luis Carlos Galán. 

Quienes llegamos a la política porque encontramos en el Nuevo Liberalismo la interpretación de nuestros sueños, estamos comprometidos a luchar por la renovación del Partido Liberal y por la prevalencia de la ética en la práctica política. Estamos motivados a garantizar que no se repitan las historias de abuso de los bienes públicos para fines privados; a hacer que el Partido tenga abiertas las puertas para todos los que compartan su presupuesto ético-político; a buscar que sus direcciones Nacional, regionales y locales, actúen con transparencia en los procesos internos, y a invitar a los colombianos jóvenes para que se hagan parte de una renovación que debe interpretar a quienes soñaron y soñamos con un país justo y equitativo, con un nuevo liberalismo democrático y participante. Lo haremos porque en la búsqueda de los sueños no damos ni un paso atrás.