Mantener vivo el recuerdo de tiempos aciagos en los que Medellín fue considerada la ciudad más peligrosa del mundo, con el mayor número de homicidios por cada 100 mil habitantes, no obedece a una actitud masoquista. Tampoco se trata de una terapia catártica. Busca mantener viva la memoria, aunque duela, para no repetir esos infaustos acontecimientos que tanta sangre inocente hicieron derramar.

El documental de la Universidad EAFIT y el Museo de la Memoria de Medellín, “Memorias de tiempos salvajes”, es una invitación a hacer consciente la urgencia de no olvidar el dolor que produce la violencia, para evitar a toda costa, que se repita.

Cinco guiones del comunicador Juan Gonzalo Betancur, apoyados con imágenes, testimonios y el comentario de los periodistas que cubrieron los hechos, nos devuelven la memoria, nos conmueven, nos duelen e intentan convencernos de que no podemos volver a aceptar que se repitan.

El primero nos lleva a 1992, a la la masacre de Villatina, que dejó una huella imborrable en la memoria colectiva de Medellín. El asesinato de siete adolescentes, un joven de 24 años y una niña de ocho años de edad a manos de agentes de la Policía Nacional, no sólo evidenció la brutalidad del Estado en su supuesta lucha contra la delincuencia, sino que marcó un antes y un después en la exigencia de justicia por parte de las comunidades populares. La masacre es símbolo del abandono institucional y del estigma sobre los jóvenes de sectores marginales, recordándonos que la seguridad sin derechos humanos es una forma de violencia.

El segundo narra la desaparición forzada de personas en La Escombrera, en la Comuna 13, lo que representa una de las más dolorosas cicatrices del conflicto urbano en Medellín. Las denuncias sobre cuerpos sepultados bajo toneladas de escombros en un botadero municipal exponen la dimensión del horror vivido durante las operaciones militares y paramilitares en la zona, como la Operación Orión en octubre de 2002. La falta de respuestas estatales eficaces y la impunidad persistente convierten este lugar en un cementerio sin tumbas, donde la dignidad de las víctimas sigue reclamando verdad, justicia y reparación.

El tercero es la bomba en el parque de San Antonio, la cual explotó en 1995, durante un evento cultural. No sólo cobró la vida de 23 personas, sino que se convirtió en un emblema del absurdo de la violencia indiscriminada en Colombia. El Pájaro partido de Fernando Botero, que aún se conserva junto a una réplica intacta, no es una obra artística: es un grito mudo contra la guerra, una advertencia sobre la banalización del terror y una invitación permanente a no olvidar a quienes fueron víctimas de la barbarie.

El cuarto es el mural en la sede de la Asociación de Institutores de Antioquia -ADIDA-, que recuerda los asesinatos de maestros, empezando por Héctor Abad Gómez, Luis Felipe Vélez y Leonardo Betancur en agosto de 1997: entre 1996 y 2001 fueron asesinados 493 maestros. Es un ejercicio de memoria viva frente al exterminio sistemático del pensamiento crítico. Esta obra denuncia el silenciamiento de voces pedagógicas y defensoras de derechos humanos, mostrando cómo la educación ha sido blanco de quienes temen al pensamiento libre y a la construcción de ciudadanía. Es un acto de resistencia frente al olvido y una exigencia de justicia para quienes hicieron de la docencia un acto de valentía.

El quinto documento del especial rememora a las Madres de la Candelaria, quienes se han erigido como el rostro más humano y valiente de la lucha contra la desaparición forzada. Con su presencia constante en el atrio de la iglesia de La Candelaria, en el parque de Berrío de Medellín, han transformado el dolor en fuerza política y la ausencia en una causa colectiva. Su persistencia ha abierto caminos para la verdad y la reconciliación, mostrando que la memoria no se resigna y que la dignidad de los desaparecidos vive en cada gesto, en cada pañuelo blanco y en cada pregunta que aún no ha sido respondida.

Cinco historias que muestran la estigmatización de jóvenes y barrios como “comunas” de delincuentes; la desaparición de cientos de personas enterradas en un cementerio sin tumbas; el homicidio indiscriminado y masivo de inocentes en espacios públicos; el exterminio del pensamiento crítico; y la persistencia de madres, hijos y familiares que se niegan a reconocer la pérdida de sus seres queridos después de años de haber sido declarados desaparecidos.

Para no repetir la barbarie, ponemos a Sinergia Informativa al servicio de la serie “Memorias de tiempos salvajes”.