Jaime Jaramillo Panesso

Por: Jaime Jaramillo Panesso

Son millones de seres humanos que huyen de sus propias raíces y de sus tierras convertidas en campos de batallas. Arrasados por la violencia, empacan sus utensilios y ropas para no morir o caer prisioneros de los bárbaros que heredaron las guerras tribales de sus antepasados o que desataron los nuevos gobernantes. El gran problema de los migrantes que llegan a las costas europeas del mar Mediterráneo, son el efecto de las guerras y de los gobiernos árabes y musulmanes en Asia Menor y en el África contemporánea.

Las extravagantes monarquías petroleras árabes, ocupan con sus mujeres y descendientes, las páginas voluptuosas de las revistas dedicadas al jet set, a los matrimonios y divorcios, a las modas y desfiles de pasarelas. Esos reyes bañados en oro nada hacen para resolver los problemas de sus hermanos y vecinos. Muchas veces, por el contrario arman, financian a grupos enfrentados que profundizan la violencia. La construcción deslumbrante de hoteles y ciudadelas con los fastos de las Mil y Una Noches en las costas del mar, como Dubái y otros sitios del derroche y la pedantería árabe, contrastan con las caravanas de sirios, libios, marroquíes, malíes, iraquíes, chadíes, centroafricanos, yemeníes que por tierra y por mar buscan el ingreso a los países europeos donde presumen impera la solidaridad, la tranquilidad y el respeto por la especie humana. Y en efecto que así lo es. Solo que la Unión Europea y los países que son modelo para los refugiados, como Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido, no han podido cambiar ni eliminar las causas reales de la ola de migrantes: las guerras y las fracturas sociales y políticas del mundo musulmán y árabe. Y no nos preguntemos, por obviedad, por qué no huyen hacia Rusia o China.

Los fugitivos de las guerras y de los gobiernos despóticos prefieren morir en los tortuosos caminos alambrados o en las embarcaciones frágiles que los transportan a Europa, que sufrir sin esperanza en las aldeas o ciudades que los vio nacer. No hay esperanza porque las potencias y la ONU no tienen la decisión ni la capacidad humanitaria de ponerle orden y justicia al mundo musulmán, puesto que en sí mismo es un conjunto multiétnico de comunidades, tribus y estados divididos, cuarteados, sectarios, fragmentados y, eso sí, capaces de guerrear por sus creencias religiosas hasta sucumbir. La racionalidad de occidente no puede vencer la magia del oriente, menos aun si está encendida la mecha del petróleo en la lámpara de Aladino.

La guerra civil en Siria es un conflicto inacabable que ha expulsado a cuatro millones de personas y causado más de 200.000 muertos. Siria es el mejor ejemplo de la división entre los enemigos que combaten al dictador Bashar Al-Assad. No solo no lo han derrotado, sino que consolidaron su poder militar con el apoyo de Rusia e Irán. Los millones de refugiados sirios están asentados en Líbano, Turquía y Jordania. Una parte de ellos comenzó a llegar a Europa. Un grupo de sirios fue recibido en Uruguay hace un año, en tiempos de Pepe Mujica y hace pocos días pidieron cambio de país por los costos de vida altos de ese país.

Libia, después de la muerte de Muamar Gadafi en el 2011, quedó en manos de las milicias que liquidaron su régimen. El nuevo gobierno no ha podido consolidarse porque Libia es un estado hecho en retazos tribales y en sus pueblos y desiertos reina la anarquía con reductos gadafistas. Se calculan entre 10 mil y 20 mil las víctimas mortales. No hay paz para Trípoli ni para el Consejo Nacional de Transición. Las principales ciudades están destruidas y grupos yihadistas se acercan a Al Qaeda. Los Emiratos Árabes Unidos bombardearon las posiciones yihadistas mientras Qatar armó y financió a los rebeldes radicales.

Chad es un país sin costas sobre el mar que tiene como vecino a Sudán con un grave conflicto en la región de Darfur, región que está enclavada entre los límites de ambos países. Los habitantes de Darfur huyen desde 2005-2008 hacia el Chad que enfrenta a los sudaneses con un saldo de 50 mil muertos.

En Nigeria, un país de 160 millones de habitantes, existe un enfrentamiento entre musulmanes y cristianos con graves atentados que tienen como blanco las iglesias y las mezquitas. La organización terrorista Boko Haram tiene a su cargo el secuestro y comercio de niñas y el asesinato de quienes no se declaren musulmanes. Por eso su trabajo criminal se enfoca a la caída del Presidente cristiano para relevarlo por uno musulmán.

La guerra civil en el Yemen, la guerra religiosa en la República Centroafricana entre las organizaciones Antibalaka de los cristianos y Seleka de los musulmanes contribuyen a ese macro escenario que produce el desplazamiento o la muerte de millones de civiles. En Pakistán una larga guerra del estado contra rebeldes y talibanes fronterizos con Afganistán sumaban hasta hace poco 4 millones de refugiados y 28 mil muertos.

Sin embargo el más dañino y notorio conflicto lo produce el Estado Islámico, el ISIS o nuevo Califato que ocupa una parte importante de Irak en la frontera con Siria, de orientación sunita y por consiguiente enemigo feroz de los chiitas y de los cristianos, siendo estos minorías históricas en la región. Como es de conocimiento una alianza internacional de varios países combaten al Estado Islámico, principalmente con la aviación militar.

Este cuadro, incompleto por supuesto, muestra la génesis de la enorme masa de civiles que se desplaza hacia Europa y otros sitios de la tierra como los Estados Unidos. Es inevitable esta “invasión” que sin duda plantea interrogantes de este talante: por provenir de países musulmanes ¿serán, más adelante, las colonias avanzadas de los radicales islamistas que pretenden convertir la sociedad occidental al mahometismo? ¿Se asimilarán a nuestra cultura liberal y democrática o querrán mantenerse como un gueto artificial? Por ahora es una crisis humanitaria que es necesario resolver con el corazón de los DDHH. Pero no queda mucho tiempo para pensarlo en términos racionales, la sobrevivencia con los valores de la filosofía política occidental y humanista que hemos llegado al siglo XXI.